viernes, 9 de noviembre de 2012

MARCELO QUER: VARIOS ARTISTAS EN UN SOLO CUERPO

A Marcelo Quer lo conocí hace casí 30 años o más, debe haber sido en el año 1984 o 1985. Le debo llevar cinco o seis años. Éramos en aquel entonces entrenadores de tenis, y él además, un excelente jugador. Tuve la suerte o la desgracia de padecerlo en la cancha en inolvidables entrenamientos entre alumno y alumno. Por esos tiempos teníamos muchas inquietudes artísticas, nos gustaba la música, la literatura, el cine. Creo que en esos años él todavía no escribía ni tampoco tocaba el piano, pero tampoco estoy muy seguro de eso. Yo apenas me animaba a garabatear algo de poesía que terminaba indefectiblemente en el cesto de basura más próximo. La vida nos alejó por largos períodos, pero siempre por casualidad o no tanto, nuestras almas se terminaban cruzando en alguna impensada esquina de Buenos Aires. A veces pienso que éramos como los personajes de alguna novela de Ernesto Sábato, que resignados se dejaban arrastrar por un destino que no alcanzaban a comprender del todo. 
En el primero de esos tantos reencuentros él ya tenía escritas unas cuantas cosas, y además se había convertido en un fervoroso pianista. Escribió poesía, traducciones y un buen número de relatos. Fui un privilegiado, tuve la fortuna que me confiara la lectura de muchos de esos maravillosos cuentos. 
Años más tarde me confesaría que no tuvo la necesidad de escribir más ficciones. Y yo lo entendí, hay un tiempo para cada cosa, incluso un tiempo para ser escritor. No creo en eso de escribir por escribir. Cuando se acaba, se acaba y punto. ¿Cuál es el drama? Y para Marcelo Quer se acabó eso de de escribir cuentos, al menos por ahora. Por suerte sigue ligado a la literatura a través de la poesía y las traducciones. 
Eso sí, yo no pierdo la esperanza que adentro de él vuelva a renacer la faceta del gran cuentista que es.  
Acá van dos estupendos cuentos breves de su autoría, cuentos que seguramente me hubieran gustado escribir. Recuerdo que cuando los leí se me vino a la mente un brillante pensamiento de Jorge Luis Borges: "Al principio, todo escritor es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad". 
Estoy convencido que, astros de por medio, en ambos relatos Marcelo Quer logra alcanzar aquello que tan difícil y que bien logra definir el maestro Borges: la modesta y secreta complejidad.      

CLAUDIO MIRANDA

El cumpleaños de Díaz

Había cotillón y muchos globos de colores en aquella hermosa fiesta. Díaz cumplía tan sólo siete años. Recuerdo las grandes baldosas de mayólica del living, la gente adulta obstruyéndome el paso; los gritos al llegar la torta con las velitas encendidas; la algarabía de Díaz.
Díaz era compañero de grado de mi hermano, un año mayor que yo. Vivía en un departamento de la calle Morón, en Floresta. En la esquina, un garaje amplio y oscuro prolongaba el traqueteo de los pocos autos que transitaban el empedrado. Recuerdo que a la vuelta había un almacén viejo y tranquilo.
Aquel día, antes de la llegada de los otros invitados, habíamos armado -Díaz, mi hermano y yo- un rompecabezas gigante y, si mi memoria me es fiel, hojeado un álbum de estampas de “El gato con botas”. Al anochecer salimos al balcón.
El balcón era grande, de piso colorado y enrejado amplio. Desde aquella altura se descubrían las fachadas amarillentas de las casas bajas aledañas, de persianas viejas y gastadas -tres o cuatro terrazas de alquitrán que aún hoy veo conversar silenciosas con la tarde moribunda-.
Nos quedamos allí un largo rato, entre autitos de juguete y exclamaciones a algún transeúnte extraviado, contemplando asimismo las esporádicas apariciones humanas detrás de muros y ventanas.
Aquí mi recuerdo se detiene en un anciano de escasos cabellos canos, sentado en una terraza alejada, ajeno al parecer a nuestras risotadas.
Profundo era el respeto que yo sentía hacia la gente mayor, integrantes misteriosos del círculo inalcanzable que rodeaba de penumbra mi frágil existencia.
Ya descendía el sol la faz urbana cuando vi entrar al balcón a los revoltosos compañeros de mi hermano y comenzar a proferir insultos a aquel anciano triste y desolado.
Una pesada mueca escapó a su mano temblorosa. Sus palabras, si articuladas, fueron robadas por el viento.
Pero las agresiones, lejos de sosegar, aumentaron, y de pronto algunos bollitos de papel surcaron el cielo, haciendo blanco en su mirada triste.
Luego de repetir dos o tres veces aquel ademán incierto, la figura del anciano desapareció lentamente tras una puerta de chapa.
Muchos años han pasado.
He perdido el misterioso respeto a los ancianos, porque soy viejo, y porque me han olvidado.
Me agrada leer en mi habitación por las mañanas, acompañado del canto de algún pájaro, o escuchar la radio. Por las tardes voy a la plaza, o al supermercado.
Y al caer la noche, si es un día templado, me siento en la terraza a contemplar en silencio el pálido crepúsculo, saboreando un mate amargo entre mis arrugadas manos.
Y si el fragor desordenado de un tropel de gargantas infantiles y de autitos de juguete alcanza mis oídos cansados, un leve resplandor enciende mis mejillas y mis ojos, y busco con esfuerzo el balcón cercano, mi cuerpecito frágil en la reja junto a mi hermano, la sonriente figura de mi madre, de jóvenes cabellos castaños, aguardando que termine la fiesta para llevarnos a casa.


Mar del Plata
 Qué hermoso contemplar la ciudad tranquila en aquella estación azulada! ¡Qué bello internarse por aquellas avenidas, bordeando la rambla desierta! La ventanilla abierta, el aire frío y matinal en las pupilas, deshojando la penumbra y cubriéndola de renovada esperanza.
Los edificios conversaban con la fuente dorada del cielo, el sol aún sumergido en el mar, como un trono. De vacaciones con Juan Carlos, nada más hermoso. ¡Cómo lo habíamos soñado en tantas presurosas madrugadas, en Buenos Aires...!
Descendimos -recuerdo- a tomar unas fotos antes de ir al departamento. Él lucía su sonrisa habitual, complaciente, armoniosa, delante la ciudad prolija, lejana, casi olvidada.
Un baño de inmersión y un desayuno edificante, los proyectos más cercanos. Luego vendrían la extensa caminata, las rocas dormidas, la serena playa...No quise sollozar. Ya habría tiempo de deslumbrar el alma de tristeza.
Nos aguardaba la arena, hermosa y suave caricia que en mi piel suave inventó el amor; la misteriosa dicha que yace en ella; las breves palabras que el viento no olvidó y que sus formas no borraron; el mar infiel, brutal, atormentado de espuma; el cielo agonizante, inmaculado.
Así, cuando hundimos nuestros cuerpos en el mar aquella tarde, ignorantes de la absoluta fatalidad de nuestra breve suerte, creíamos ingresar en un lejano tesoro...
Al anochecer era costumbre ir al casino. Había poca gente a pesar de lo encantador de la noche. El ambiente estaba orquestado: las alfombras rojas y prolijas, los trajes grises e iguales de los empleados, la voz algo afeminada del primer pleno.
Hacia las once, en una mesa vacía sirvieron dos cervezas bien heladas. De pronto, el ventanal grande que da a la rambla se abrió, impulsivo, y corrió el aire frío del mar por las mesas de juego.
Nadie pudo nunca explicar lo sucedido. Cuando, a los pocos instantes, una mujer cerró la ventana, el hecho ya había sido olvidado. Las dos cervezas en la mesa solitaria perdieron frío y espuma hasta el amanecer, en que fueron retiradas, mientras nosotros, alejados de la costa, braceábamos inútilmente, perdidos en la negra noche. En cada fatigosa nueva bocanada de aire se jugaba nuestra suerte. Cada latido era un número errado; cada segundo, un color adverso que, sistemáticamente, conducía a la muerte.

BIOGRAFÍA 
Nacido el 7 de marzo de 1967 en Buenos Aires, tiene 44 años, es pianista aficionado, poeta y narrador.Estudió piano con Adriana de los Santos entre los años 1996 y 2003.
En 2001 formó el grupo de música y poemas "El Cisne", ideado por el poeta
Ricardo Barquín, integrado por Marcelo como pianista, Daniel Cachón como recitador, y el violista Guillermo García; incursionó en el tango en el año 2003, con Guillermo García. Desde entonces se dedicó a estudiar clásicos siempre con su instrumento, el piano, y como aficionado.



En lo literario se formó poéticamente bajo la tutoría de los poetas Ricardo Barquín y Ernesto Romano, y escribió además traducciones de poemas de Shakespeare, Byron, Keats, Milton y otros autores ingleses; y algunos relatos breves de juventud, entre los cuales el que se edita aquí. En los años 1992 y 1993 publicó tres libros de poemas que no difundió; el resto de su obra permanece inédito.






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