viernes, 18 de octubre de 2019

EL PELIGROSO OFICIO DE SER LECTOR

Estas líneas que en su pretensión original apuntaban a una crónica, inevitablemente se van a transformar en una crónica ficcionada, porque no ha sobrevivido nada de aquel lamentable incidente. Al menos yo no encontré ni una mínima referencia, hecho que demuestra con todas las letras la preferencia de internet por lo banal en desmedro de lo trascendente. De Julio Cortázar diré que en mi juventud fue mi mas admirado escritor y que hoy apenas le reconozco, nada mas ni nada menos, 10 cuentos memorables, el personaje de la Maga de Rayuela y la traducción de los cuentos completos de Poe. Los Cronopios no me agradan, y del resto de los relatos no me van ni me vienen, solo se sostienen por la firma de un tal Cortazar, autor de eso 10 cuentos memorables.
De tipo que viajaba en subte llevando debajo del brazo, o leyendo, un libro de Cortázar, conozco muy poco. Ya dije, en el mundo digital no hay nada y mi memoria es frágil. Apenas que era un tipo joven, bastante joven. Del hecho, que tuvo lugar a finales de los ochenta, o principios de los noventa. Después, desconozco en que línea de subterráneos ocurrió el ataque, ni el horario del mismo. Tampoco la estación en la que subieron los Skinheads. Si al tipo que llevaba el libro de Cortázar debajo del brazo o lo iba leyendo (¿Que Libro? ¿Bestiario? ¿Deshoras?) lo ficharon de entrada o luego de un puntilloso paneo a lo largo del vagón. Creo recordar que fue un fin de semana y no había muchos pasajeros, pero no estoy seguro tampoco de eso.
Tal vez le preguntaron de manera amenazante, a ver vos, puto de mierda, mostráme que estás leyendo. Ah, mira vos, lee a Cortázar. Además de puto, comunista. Imagino que lo rodearon. Imagino también el desbande de los pasajeros, la primera trompada que se estrello en el rostro del lector, reforzada por una manopla  de hierro, el preámbulo para la lluvia de golpes y patadas que siguieron detrás. Y en pocos segundos, la sangre, el rostro deformado, algún que otro diento que voló, el cuerpo tendido en el piso del sucio vagón. A esa altura de los acontecimientos es probable que los golpes ya no dolieran.   

La noticia buena de este desastre es que el lector, después de varios días de hospital, logró sobrevivir al ataque.
Los libros son peligrosos. Siempre lo fueron. Por eso no olvidemos a este valiente lector que arriesgó su vida por un libro, por una historia. Donde quiera que este, si es que 30 años después está en algún lado, desde este humilde blog le enviamos un caluroso abrazo.

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