domingo, 18 de febrero de 2024

En Página 12: Mi cuento "Las Cosas Simplemente Ocurren" - 02/01/2024

Por segundo año consecutivo, el suplemento literario Verano 12, de Pagina 12, publica un cuento de mi autoría. Muy agradecido al editor de Pagina por haber confiado en mi. 

Les dejo el link para que puedan leerlo, aclarando que se trata de un cuento inédito. 


LAS COSAS SIMPLEMENTE OCURREN




martes, 9 de mayo de 2023

LA ÚLTIMA NOCHE DE JAMES SALTER (USA - 1925-2015)

Nada que agregar. Decir algo acerca de un cuento magistral como este sería una falta de respeto. Sólo hay que leerlo. Ni más ni menos que eso. 




LA ÚLTIMA NOCHE

Walter Such era traductor. Le gustaba escribir con una pluma estilográfica verde que tenía por costumbre dejar suspendida en el aire después de cada frase, casi como si su mano fuera un artefacto mecánico. Podía recitar frases de Blok en ruso y luego dar la traducción alemana de Rilke, resaltando la belleza de las palabras. Era un hombre sociable pero también quisquilloso, que tartamudeaba un poco al principio y que vivía con su mujer de un modo satisfactorio para ambos. Pero Marit, su mujer, estaba enferma.

Ahora estaba sentado con Susanna, una amiga de la familia. Por fin, oyeron bajar a Marit y la vieron entrar en la sala. Llevaba un vestido de seda rojo que la hacía parecer seductora, con sus pechos sueltos y su melena oscura. En las cestas blancas de alambre que tenía en el armario había pilas de prendas dobladas, ropa interior, de deporte, camisones, los zapatos remetidos debajo, en el suelo. Cosas que ya no iba a necesitar. También joyas, brazaletes y collares, y un joyero lacado donde guardaba todos sus anillos. Había estado revolviéndolo largo rato y elegido  algunos. No querrá que sus dedos, ahora huesudos, se vieran desnudos.

-Estas muy guapa -dijo su marido.

-Me siento como si fuera mi primera cita. ¿Estáis tomando una copa?

-Sí.

-Creo que tomaré algo yo también. Con mucho hielo -dijo.

Se sentó.

-No tengo energías -continuó-, eso es lo más horrible. Nada de nada. Me he quedado sin fuerzas. Ni siquiera me gusta levantarme y andar un poco.

-Debe de ser muy duro -opinó Susanna.

-Ni te lo imaginas.

Walter volvió con la copa y se la tendió a su mujer.

-Felices días -dijo ella. Luego,  como si de repente recordara, les sonrió. Una sonrisa aterradora. Parecía indicar justo  lo contrario.

Era la noche que habían elegido. En un plato, dentro de la nevera, estaba la jeringuilla. Su médico les había proporcionado el contenido. Pero antes una cena de despedida, si ella se veía capaz. Pero que no fueran ellos dos solos, había dicho Marit. Cosas del instinto. Se lo habían preguntado a Susanna en vez de a otra persona más próxima y afligida, como la hermana de Marit, con la cual, de todos modos, ella no mantenía buenas relaciones, o algún otro amigo de más edad. Susanna era más joven. Tenía la cara ancha y una frente alta y despejada. Parecía la hija de un profesor o un banquero, ligeramente díscola. Una guarra, había co­mentado de ella uno de sus amigos, no sin cierta admiración.

Susanna, que llevaba una falda corta, estaba ya un poco  nerviosa.  Era  difícil  fingir  que  sería  una  cena como  cualquier  otra. Le costaría  mostrarse  natural  y desenvuelta. Había llegado cuando empezaba a caer la tarde.  La  casa con sus ventanas  iluminadas -parecía que lo estaban todas las habitaciones- destacaba entre las demás como si allí se celebrase algún  festejo.

Marit contempló los objetos de la sala, las fotografías con marco plateado, las lámparas, los tomos grandes sobre surrealismo, paisajismo o casas de campo que siempre había querido sentarse a leer, las sillas, incluso aquella alfombra de bello color apagado. Lo miró todo como si estuviera haciendo inventario cuando, de hecho, no significaba nada para ella. El pelo largo de Susanna y su lozanía sí significaban algo, aunque no estaba segura de qué.

Ciertos recuerdos es lo que uno lleva consigo durante mucho tiempo, pensó, recuerdos anteriores incluso a Walter, de cuando era una niña. Su casa, no ésta sino la primera con la cama de su infancia, la ventana del rellano desde la que contemplaba las tormentas de invierno, su padre inclinado sobre ella para darle las buenas noches, la luz de una lámpara a la que su madre acercaba la muñeca para ajustarse una  pulsera.

Esa casa. El resto era menos denso. El resto era una novela larga muy parecida a su vida; uno pasaba por ella; sin pensar y, de repente, un  día terminaba: las manchas de sangre.

-He tomado muchos  de estos -reflexionó Marit.

-¿Te refieres a la bebida? -preguntó Susanna.

-Sí

-A lo largo de los años, quieres decir.

-Sí, de los años. ¿Qué hora es ya?

-Las ocho menos cuarto -dijo su marido.

-¿Vamos?

-Como quieras -dijo él-. No hay prisa.

-No quiero ir con prisas.

De hecho, tenía pocos deseos de ir. Era dar un paso más.

-¿Para qué hora reservaste  mesa? -preguntó.

-Podemos ir cuando queramos.

-Entonces, en marcha.

Era en el útero y desde allí había subido hasta los pulmones. Al final, ella lo había aceptado. Más arriba del cuello recto de su vestido la piel, pálida, parecía irradiar oscuridad. Ya no se parecía a sí misma. Lo que fue había desaparecido, le había sido arrebatado. El cambio era terrible, sobre todo en el rostro. Ahora tenía una cara que era para la otra vida y para quienes encontrara allí. A Walter le costaba recordar cómo había sido en otro tiempo. Era una mujer casi diferente de aquella a quien había prometido  asistir cuando llegara el momento.

Susanna ocupó el asiento trasero del coche. Las calles estaban desiertas. Pasaron frente a casas en cuya planta baja se veía una luz palpitante, azulada. Marit iba en silencio. Sentía tristeza pero también una especie de confusión. Estaba tratando de imaginar lo que pasaría el día de mañana, sin ella allí para verlo. No pudo imaginárselo. Era difícil pensar que el mundo seguiría existiendo.

En el hotel aguardaron junto a la barra, que estaba muy animada. Hombres sin chaqueta, chicas charlando o riendo ruidosamente, chicas ajenas a todo. En las paredes había grandes carteles franceses, viejas litografías en marcos oscuros.

-No reconozco a nadie -comentó Marit-. Por suerte -añadió.

Walter había visto a una pareja a la que conocían, los Apthall.

-No mires -dijo-. No nos han visto. Conseguiré una mesa en la otra sala.

-¿Nos han visto? -preguntó Marit cuando estuvieron  sentados-. No  tengo ganas de hablar  con nadie.

-Aquí estamos bien -dijo él.

El camarero llevaba un delantal blanco y una pajarita negra. Les pasó  el menú y una carta de vinos.

-¿Quieren que les traiga algo para beber?

-Desde luego, sí -dijo Walter.

Estaba mirando la carta con sus precios en orden más o menos ascendente. Había un Cheval Blanc por quinientos  setenta y cinco dólares.

-¿Tienen este Cheval Blanc?

-¿El de mil novecientos ochenta y nueve? -preguntó el camarero.

-Sí, tráiganos una botella.

-¿Qué es  Cheval  Blanc?  ¿Vino  blanco?  -preguntó Susanna cuando el camarero se hubo alejado.

-No, tinto -repuso Walter.

-¿Sabes?, has sido muy amable acompañándonos -le dijo Marit a Susanna-. Es una noche muy especial.

-Sí

-Normalmente   no  pedimos  vinos  tan  buenos -explicó ella.

Habían comido allí a menudo, los dos, habitualmente cerca de la barra, con sus relucientes hileras de botellas. Nunca habían pedido un vino más caro de treinta y cinco dólares.

¿Cómo se encontraba?,  le  preguntó  Walter mientras esperaban. ¿Se encontraba  bien?

-No sé cómo expresar cómo me siento. Estoy tomando morfina -le dijo ella a Susanna-. La cosa funciona, pero… -Dejó la frase sin terminar-. Hay muchas cosas que no tendrían que pasarle a una -concluyó.

La cena transcurrió casi en silencio. Era difícil hablar despreocupadamente. Sin embargo, tomaron dos botellas de aquel vino. Nunca volvería a beber nada tan bueno, pensó Walter sin poder evitarlo. Sirvió a Susanna lo que quedaba  de la segunda botella.

-No -dijo-, deberías tornado tú. Te toca a ti.

-Ya ha bebido bastante -intervino Marit-. Pero era bueno, ¿verdad?

-Fabuloso.

-Hace que te des cuenta de cosas … no sé, de ciertas  cosas.  Habría  sido  estupendo  beber  siempre  este vino. -Lo dijo de un modo que resultó tremendamente conmovedor.

Empezaban  a sentirse  mejor. Después  de estar un rato más a la mesa, fueron hacia la salida. En la barra aún había mucho  bullicio.

Marit  miró  por  la ventanilla  mientras  volvían en coche. Estaba cansada. Iban a casa. El viento agitaba la copa de los árboles en sombra. En el cielo había nubes azules, brillantes  como si fuera de día.

-Hace  una  noche  muy  bonita,   verdad?  -comentó Marit-. Estoy asombrada. ¿Me equivoco?

-No. -Walter carraspeó-. Muy bonita.

-Te  has  fijado?  -preguntó  ella  a  Susanna-. Seguro que sí. ¿Cuántos años tienes? Lo he olvidado.

-Veintinueve.

-Veintinueve  -repitió  Marit.  Se quedó  callada unos  momentos-. No  hemos  tenido  hijos  -prosiguió al cabo-. ¿Te gustaría tener hijos?

-Oh, a veces creo que sí. No he pensado demasiado en ello. Para eso supongo que primero tienes que casarte.

-Ya te casarás.

-Quizá.

-Podrías casarte cuando quisieras -dijo Marit.

Estaba cansada cuando llegaron a la casa. Fueron a sentarse al salón como si hubieran vuelto de una gran fiesta pero aún no quisieran acostarse. Walter pensaba en lo que se avecinaba, la luz de la nevera encendiéndose al abrir la puerta. La aguja de la jeringuilla era afilada, la punta de acero inoxidable cortada al sesgo y como una cuchilla de afeitar. Tendría que introducírsela en la vena. Trató de no pensar más en ello. Ya se las apañaría. Cada vez estaba más nervioso.

-Me  acuerdo  de mi  madre  -dijo Marit-. Al final  quiso  contarme  cosas,  cosas  que  habían  pasado cuando yo era joven. Rae Mahin se había acostado con Teddy Hudner. Anne Herring también. Las dos estaban casadas. Teddy Hudner no estaba casado. Trabajaba  en  publicidad  y jugaba  mucho  al  gol£  Mi  madre siguió habla que te habla, sobre quién se había acostado con quién. Eso fue lo que quiso contarme al final. Por supuesto,  en aquella época, Rae Mahin era un monumento.

Luego dijo:

-Creo que me voy arriba. Se levantó.

-Estoy bien -le dijo a su marido-. No subas todavía. Buenas noches, Susanna.

Cuando se quedaron  a solas, Susanna dijo:

-He de irme.

-No, por favor, quédate.

Ella negó con la cabeza.

-No puedo -dijo.

-Por favor, quédate. Dentro de nada voy a subir, pero cuando baje no podré estar solo. Te lo ruego.

Silencio.

-Susanna.

Guardaron silencio.

-Ya sé que le has dado muchas vueltas -dijo ella.

-Desde luego.

Minutos después, Walter miró el reloj; empezó a decir algo pero se calló. Al cabo de un rato, volvió a mirar el reloj y salió de la sala.

La cocina tenía forma de L, anticuada y sin criterio, con un fregadero esmaltado en blanco y armarios de madera pintados muchas veces. En veranos pasados habían hecho conservas cuando en la escalera de la estación vendían cajas de fresas, fresas inolvidables, su fragancia como de perfume. Aún quedaban unos tarros. Fue  a la nevera y abrió la puerta.

Allí estaba, con  sus rayitas  grabadas  en los costados. Contenía diez centímetros cúbicos. Trató de pensar la manera de no seguir adelante. Si dejaba caer la jeringuilla, si se rompía … podría decir que le había temblado la mano.

Sacó el platillo y lo cubrió con un paño de cocina. Así era peor. Retiró el paño y cogió la jeringuilla, sosteniéndola de varias maneras, para finalmente casi esconderla pegada a la pierna. Se sentía liviano como una hoja de papel, desprovisto de fuerzas.

Marit se había preparado. Se había puesto un camisón de raso color marfil, muy abierto en la espalda, y maquillado los ojos. El camisón que llevaría en la otra vida. Había hecho un esfuerzo por creer en un mundo después de este. La travesía se hacía en barca, algo que los antiguos sabían con certeza. Parte de un collar de plata descansaba sobre su clavícula. Estaba fatigada. El vino había hecho efecto, pero ella no se sentía  serena.

Walter se detuvo en el umbral, como si esperara autorización. Ella lo miró sin hablar. Vio que tenía la jeringuilla en la mano. El corazón le latía alocadamente pero estaba decidida a que no se le  notara.

-Bueno, cariño -dijo.

Walter intentó responder. Vio que se había pintado los labios; su boca parecía oscura. Había dispuesto sobre la cama algunas fotografías.

-Entra.

-No, ahora vuelvo -acertó a decir el.

Bajó corriendo. Iba a flaquear: necesitaba un trago. El salón estaba vacío. Susanna se había marchado. Nunca se había sentido tan absolutamente solo. Fue  a la cocina y se sirvió un vaso de vodka, inodoro y transparente. Lo bebió de un trago. Volvió a subir lentamente y se sentó en la cama al lado de su mujer. El vodka lo estaba emborrachando. Se sentía como si fuera otra persona.

-Walter -dijo ella.

-¿Sí?

-Esto que hacemos es lo correcto.

Le tocó la mano. Eso, de algún modo, lo asustó, como si pudiera ser una invitación a irse con ella.

-¿Sabes? -dijo Marit con voz serena-, te he querido tanto como jamás he querido a nadie en el mundo… Suena muy sensiblero, ya sé.

-¡Ah, Marit! -exclamó él.

-¿Tú me querías?

A Walter se le revolvió el estómago.

-Sí -dijo-. ¡Sí!

-Cuídate mucho.

-Sí.

En realidad gozaba de buena salud; estaba un poco más grueso de la cuenta, pero aun así… Su prominente abdomen de erudito estaba cubierto por una capa de suave vello oscuro, sus manos y uñas siempre cuidadas.

Ella se inclinó para abrazarlo. Lo besó. Dejó de sentir miedo durante un instante. Volvería a vivir, volvería a ser joven como lo había sido. Extendió el brazo. En su cara interna eran visibles dos venas gris verdoso. Él empezó a apretar para levantarlas. Ella no le miraba.

-¿Recuerdas cuando yo trabajaba en Bates y nos vimos por primera vez? -preguntó Marit-. Lo supe enseguida.

La aguja fluctuó mientras él trataba de situarla.

-Tuve suerte -añadió ella-. Tuve mucha suerte.

Él apenas respiraba. Esperó, pero ella no dijo nada más. Casi sin dar crédito a lo que estaba haciendo. Introdujo la aguja -no costó nada- y procedió a inyectar el contenido de la jeringuilla. La oyó suspirar. Tenía los ojos cerrados cuando se tumbó con expresión apacible. Había subido abordo. Dios mío, pensó él, Dios mío. La había conocido cuando ella tenía veintipocos años, las piernas largas y el alma inocente. Ahora la había deslizado bajo el flujo del tiempo, como un sepelio marino. Su mano aún estaba caliente. Se la llevó a los labios. Luego subió la colcha para taparle las piernas. La casa estaba increíblemente serena. El silencio se había adueñado de ella, el silencio de un acto fatídico. No oyó que soplara viento.

Bajó lentamente la escalera. Le sobrevino una sensación de alivio, de tremendo alivio y tristeza. Fuera las monumentales nubes azules llenaban la noche. Se quedó allí de pie unos minutos, y entonces vio a Susanna sentada en su coche, inmóvil. Ella bajó la ventanilla al acercarse él.

-No te has ido -dijo Walter.

-Era incapaz de quedarme en la casa.

-Ya está. Entra. Voy a tomar una copa.

Estuvieron en el cocina, ella de pie con los brazos cruzados, una mano en cada codo.

-No ha sido horrible -decía él-. Es solo que me siento… No sé.

Bebieron de pie.

-¿De veras quiso ella que yo viniera? -preguntó Susanna.

-Cariño, fue sugerencia suya. Ella no sabía nada.

-Me extraña.

-Créeme. Nada.

Susanna dejó su vaso.

-No, tómatelo -dijo él-. Te hará bien.

-Tengo una sensación rara.

-¿ Rara? ¿No tendrás ganas de vomitar?

-No sé.

-No vomites. Ven. Espera, te daré un vaso de agua.

Ella se concentró en respirar con regularidad.

-Estarás mejor si te tumbas un rato -afirmó él.

-No; me encuentro bien.

-Ven.

La llevó -ella con su falda corta, su blusa- a una habitación contigua a la puerta principal y la hizo sentar en la cama. Ella tomaba aire a inspiraciones cortas.

-Susanna.

-¿Qué?

-Te necesito.

Lo oyó a medias. Su cabeza estaba echada hacia atrás como la de una mujer que suspira por Dios.

-No debería haber bebido tanto -murmuró.

Él empezó a desabrocharle la blusa.

-No -dijo ella, tratando de abotonársela.

Ya le estaba desabrochando el sostén. Emergieron sus impresionantes pechos. No podía dejar de mirarlos. Los besó apasionadamente. Ella notó que la apartaba un poco para retirar la colcha que cubría las sábanas blancas. Intentó decir algo, pero él le puso la mano en la boca y la hizo tumbar. Empezó a devorarla, estremeciéndose como de miedo hacia el final y estrechándola con fuerza entre sus brazos. Los venció un sueño  profundo.

Muy de mañana, la luz era diáfana y de un brillo intenso. La casa, que obstaculizaba su paso, se volvió más blanca todavía. Destacaba entre las casas vecinas, pura y serena. La sombra fina de un olmo alto que había al lado parecía dibujada a lápiz en su fachada. Detrás estaba el amplio césped por el que Susanna había paseado durante un recorrido organizado de jardines particulares el día que él la vio por primera vez, alta y de buen talle. Una imagen que había sido incapaz de borrar, aunque lo otro había empezado más tarde, cuando Susanna ayudó a Marit a reorganizar  el jardín.

Se sentaron a tomar café. Eran cómplices, despiertos desde hacía poco, sin mirarse demasiado el uno al otro. Walter, sin embargo, la estaba admirando. Sin maquillar era todavía más atractiva. No se había peinado la melena. Se la veía muy accesible. Tendría que hacer algunas llamadas, pero él no pensaba en eso. Era demasiado pronto. Pensaba en días venideros. Mañanas futuras. Al principio casi no oyó el rumor a su espalda. Fue una pisada, y luego otra (Susanna palideció), a medida que Marit bajaba tambaleante por la escalera. El maquillaje de su cara estaba agrietado y el carmín mostraba fisuras. Walter se quedó mirándola sin dar crédito a sus ojos.

-Algo no funcionó -dijo ella.

-¿Te encuentras bien? -preguntó Walter estúpidamente.

-No; debiste de hacerlo mal.

-Oh, Dios -murmuró él.

Ella se sentó en el escalón inferior. No parecía haber reparado  en Susanna.

-Yo creía que ibas a ayudarme -dijo, y rompió a llorar.

-No entiendo qué ha pasado -contestó el.

-Todo mal -insistió Marit. Y a Susanna-: ¿Todavía estás aquí?

-Me iba a marchar ahora.

-No lo entiendo -dijo otra vez Walter.

-Tendré  que  empezar  de  nuevo -se  lamentó Marit.

-Lo siento -se disculpó él-, lo siento mucho.

No se le ocurrió decir otra cosa. Susanna había ido a buscar su ropa. Se marchó por la puerta principal.

Así fue como Walter y Susanna se separaron, tras ser descubiertos por Marit. Se vieron dos o tres veces con posterioridad, a instancias de él, pero no sirvió de nada. Lo que sea que une a las personas había desaparecido. Ella le dijo que no podía evitarlo. Que las cosas eran así.

viernes, 17 de febrero de 2023

Mi cuento "La Promesa" publicado en Pagina 12

Muy agradecido al diario  Pagina 12 - suplemento literario Verano 12 - por la publicación de mi cuento "La Promesa", el pasado  7 de febrero de 2023. 

Podrán leerlo desde acá: La Promesa de Claudio Miranda









domingo, 3 de abril de 2022

Esposa en Reversa de Stephen Dixon

Además de magistral, este cuento de Stephen Dixon (1936-2019) es un rara avis dentro de la obra del escritor estadounidense. ¿Por qué? Por la austeridad literaria con la que está escrito (apenas una carilla y media), algo excepcional en sus historias que en general promedian como mínimo una decena de hojas, confirmando así que es posible escribir mucho con pocas palabras. 

Por los demás, el relato guarda la misma característica que el resto de su obra: un estilo seco, directo, ausente de retórica alguna y provisto de un realismo brutal.

Otro aspecto que vuelve a este cuento genial e imprescindible, es la forma que tiene de jugar con el tiempo, o en todo caso, de trastocar la manera convencional de tratarlo: Siempre se resalta al futuro como una puerta de salvación, una fuga hacia adelante, un comodín que usamos para salvarnos del desastre actual o de nuestro propio pasado. Los días por venir: en el futuro depositamos la esperanza de alcanzar la dicha postergada. Acá no, acá no hay presente ni futuro redentor. Sólo existe el pasado, como una forma de reconstruir la felicidad perdida.   

ESPOSA EN REVERSA (Del libro Historias Tardías)

Su esposa muere, los labios ligeramente separados, un ojo abierto. Él golpea la puerta del dormitorio de su hija menor y le dice: “Sería mejor que vinieras. Parece que mamá está por fallecer”. Su esposa entra en coma tres días después de haber vuelto a casa y sigue así durante once días. Hacen una pequeña fiesta al segundo día de su regreso: salmón de Nueva Escocia, chocolates, un risotto que prepara él, queso brie, frutillas, champagne. Un vehículo de traslado médico trae a su esposa a casa. Ella dice: “Ya no quiero más asistencia vital, ni remedios, ni suero, ni comida”. Él llama al 911 por cuarta vez en dos años, le dice al operador: “Mi esposa; estoy seguro de que es otra vez neumonía”. A su esposa le colocan un tubo traqueal. “¿Cuándo me lo sacarán?”, dice ella, y el doctor responde: “¿Para ser honesto? Nunca”. “Su esposa tiene un caso muy grave de neumonía”, les dice a él y a sus hijas, la primera vez, el médico de cuidados intensivos, “y entre uno y dos por ciento de probabilidades de sobrevivir”. Ahora su esposa usa una silla de ruedas. Ahora su esposa usa un carrito a motor. Ahora su esposa usa un andador con rueditas. Ahora su esposa usa un andador. Su esposa tiene que usar bastón. A su esposa le diagnostican esclerosis múltiple. Su esposa tiene problemas para caminar. Su esposa da a luz a su segunda hija. “Esta vez no lloraste”, le dice, y él contesta: “Estoy igual de feliz”. Su esposa le dice: “Me parece que algo no anda bien con mis ojos”. Su esposa da a luz a su hija. El obstetra dice: “Nunca vi a un padre llorar en la sala de partos”. El rabino los declara marido y mujer, y justo antes de besarla, él se pone a llorar. “Casémonos”, le dice, y ella dice: “Por mí está bien”, y él dice: “¿De veras?”, y se pone a llorar. “Qué reacción”, dice ella, y él: “Estoy tan feliz, tan feliz”, y ella lo abraza y le dice: “Yo también”. Ella lo llama: “¿Cómo estás? ¿Quieres que nos encontremos y hablemos un poco?”. Lo alcanza hasta la entrada de su edificio y le dice: “Esto sencillamente no está funcionando”. En su primera cita verdadera van a un restaurante y él le dice: “Si me pongo tan quisquilloso sobre qué comer es porque soy vegetariano, cosa que estaba un poco reacio a decirte, tan pronto”, y ella dice: “¿Por qué? No es nada tan peculiar. Solo significa que no vamos a compartir la entrada, excepto las verduras”. En una fiesta, conoce a una mujer. Conversan durante largo rato. Ella tiene que dejar la fiesta para asistir a un concierto. Él le pide su número de teléfono. Le dice: “Te llamaré”, y ella: “Eso me agradaría”. Se despiden en la puerta y él le estrecha la mano. Después de que ella se ha ido, piensa: “Esa mujer va a ser mi esposa”.

viernes, 24 de diciembre de 2021

UN CUENTO DE NOCHEBUENA: EL MILAGRO

 EL MILAGRO

Aturdido, el señor Bernardez levantó la copa de sidra lo más alto que pudo. El pulso le temblaba más de la emoción que del parkinson, aunque de milagro no derramó ni una sola gota.

De a poco fueron llegando los invitados, los padres, los hermanos, el tío Edgardo, la tía Evangelina...todos. ¿Quién dijo que los milagros no existían? Por lo menos aquella noche buena, sí.
Y de poco también, se fueron agregando las otras generaciones, su esposa, Mary, sus hijos, sus nietos, algún que otro sobrino. El tiempo que siempre había sido una barrera, un obstáculo infranqueable, ahora se había convertido en un puente que lo conducía a la felicidad añorada y perdida. Los vio. ¡Estaban todos reunidos! Sería la primera noche buena en la que brindis no se empañaría por el triste recuerdo de algún muerto de la familia.
Después de todo, no había sido tan difícil, había bastado con cerrar los ojos y desear, desear brutalmente que vinieran. Y ahí estaban, apiñados en torno a la vieja mesa, el mantel blanco, los platos relucientes, las botellas recién descorchadas.
Fue chocando las copas con cada uno de ellos, al tiempo que el enorme caserón se llenó de voces familiares, gritos, risas, aplausos, canciones navideñas.
Antes de que abriera los ojos  y la mesa se despoblara de nuevo, de que apagaran las luces del humilde arbolito de navidad, que dejaran de sonar en la calle los cohetes y los fuegos artificiales, mucho antes de que su achacado cuerpo se aplastara otra vez en el duro colchón de la cama, los perdonó a todos. A los muertos, por haber partido, incluso algunos antes de tiempo, y a los vivos, por haberlo dejado solo aquella noche buena.  



CGM

Abril 2016


domingo, 9 de mayo de 2021

Bioy Casares o como salir a matar viejos

La novela de Bioy, "Diario de la guerra del cerdo", publicada en 1969, tiene como argumento el estallido social que se produce en Buenos Aires y se extiende por 15 días, período en el cual pandillas de jóvenes salen a las calles a cazar y matar viejos a mansalva. El estado no interviene, mira para otro lado y deja hacer. El relato no explica las motivaciones que lleva a los jóvenes a semejantes linchamientos, aunque algunas frases arrojan ciertas pistas:

En esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser”
“...a través de esta guerra (los jóvenes) entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de algún joven. ¡De ellos mismos, tal vez! … matar a un viejo equivale a suicidarse”
Lo que también queda sugerido que la matanza es la respuesta natural para contrarrestar la supuesta “carga” que representan los “viejos” para las instituciones y las familias.
El protagonista de la novela es un sesentón llamado Isidoro Vidal, quien junto con otros amigos de la misma edad están más preocupados por demostrar que aún no son viejos y así salvar sus pellejos, que a condenar los ataques y enfrentarlos.
Cuando le preguntaron a Bioy de donde había sacado semejante idea, respondió:
"Se me ocurrió una tarde de 1966 en la confitería El Molino, mientras veía a una persona con el pelo teñido para disimular las canas…comprendí que la vejez es un problema sentido por todo el mundo como algo trágico y me senté a escribir la novela".
Bioy acababa de cumplir sesenta años y sentía que la tan temida etapa de la vida empezaba a alcanzarlo. Acaso escribirla fue sacarse un peso de encima, un desahogo del tiempo por venir.
La historia trascendió la literatura y fue llevada al cine en 1975, por el director Leopoldo Torres Nilson.
Muchos consideraron a esta obra de Bioy Casares como una novela de anticipación y no estuvieron muy errados que digamos. Hoy en día se desarrolla el mismo exterminio, pero con métodos más sofisticados. Es que en la actualidad los viejos joden más que nunca, ya que han extendido sus expectativas de vida escandalosamente. Se necesita mucha más dinero para mantenerlos. Y eso de mantener gente improductiva para el capitalismo resulta intolerable. De hecho el informe del FMI sobre estabilidad financiera mundial publicado en el año 2012, advierte de las implicancias financieras potencialmente muy grandes del riesgo de longevidad, es decir, del peligro de que la gente viva más de lo esperado. Así que se han reorganizado para ser más eficientes. Cada uno aportando sus mejores armas: los no viejos contribuyendo con la indiferencia y el mal trato y el estado, pagando jubilaciones y pensiones miserables, dando continuidad así, a la matanza que imaginó Bioy en el siglo pasado.
Un exterminio sin trompadas, ni patadas, ni charcos de sangre en la veredas, pero con el mismo objetivo: la eliminación de los viejos.



sábado, 1 de mayo de 2021

Charles Bukowski y el Trabajo

Es 1° de Mayo, día internacional del trabajador, y me acuerdo de Charles Bukowski (1920-1994). Ya viejo, convertido en un reconocido escritor, Bukowski le escribía una carta a un amigo y reflexionaba acerca del trabajo y los trabajadores: “A veces no duele tanto recordar de dónde venimos. Y tú conoces los lugares de donde yo vengo… Lo llaman “De 9 a 5”. Sólo que nunca es de 9 a 5. En esos lugares no hay hora de comida y, de hecho, si quieres conservar tu trabajo, no sales a comer. Y está el tiempo extra, pero el tiempo extra nunca se registra correctamente en los libros, y si te quejas de eso hay otro zoquete dispuesto a tomar tu lugar”. "Cuando era joven no podía creer que la gente diera su vida a cambio de esas condiciones. Ahora que soy viejo sigo sin creerlo. ¿Por qué lo hacen? ¿Por sexo? ¿Por una televisión? ¿Por un automóvil a pagos fijos? ¿Por los niños? ¿Niños que harán justo las mismas cosas?" "A los esclavos nunca se les paga tanto como para que se liberen, sino apenas lo necesario para que sobrevivan y regresen a trabajar"

En verdad, Bukowski sabía lo que era el "Trabajo": entre su eterno vagabundeo, entre noches interminables durmiendo en el banco de una plaza, había trabajado durante 15 años como cartero, horas y horas caminado hasta agujerear las suelas de los zapatos, sometido a una feroz explotación a cambio de una miserable paga. En algún momento de su vida alguien le propone pagar la suma de 100 dólares mensuales con la única condición que dedicara sus días sólo a la escritura. Sin pensarlo demasiado acepta el ofrecimiento, renuncia al miserable correo y se pone manos a la obra. A los pocos meses termina una de sus más famosas novelas: "El Cartero". Y ya no se detendría más.
Y en este punto resulta inevitable hacerse la pregunta: Al final, ¿El trabajo dignifica o esclaviza? ¿El trabajador es un ser libre o un esclavo? Personalmente creo que es un poco de cada caso. Aunque en verdad, no estoy muy seguro. De lo que sí tengo certeza que el trabajo sería algo muy diferente, si de adultos fuéramos capaces de cumplir el sueño que alguna vez tuvimos de chicos y que manifestábamos ante la infaltable y tonta pregunta de alguna también tonta tía o abuela: ¿Qué te gustaría ser cuando seas grande? Y todos, unánimemente, respondíamos que queríamos ser astronauta, jugador profesional de fútbol, corredor de formula uno, detective, navegante, arqueólogo, corresponsal de guerra, salvar la vida de animales o personas, escritor...y un montón de cosas más que ya nunca seremos.

miércoles, 28 de abril de 2021

La Última Pregunta de Truman Capote

Truman Capote (1924-1984) siendo revisado antes de entrar a la prisión, para entrevistar a los autores del horrendo asesinato de la familia Cutter. De esas entrevistas y su investigación que duró 7 años, Capote publicaría en 1966 la fabulosa novela " A Sangre Fría" , creando así un nuevo género literario: la novela de no ficción (en mi opinión el creador de aquel género fue Rodolfo Walsh, con "Operación Masacre").
Activista gay en una época en la cual la homosexualidad era casi un delito, nunca dejó de provocar a una sociedad norteamericana hipócrita, que ocultaba debajo de la feliz máscara del sueño americano, una violencia devastadora, la misma que cobró la vida de la familia Cutter.
"Soy alcohólico, drogadicto, soy homosexual...¡Soy un genio!" Esa es la frase que mejor lo define como el provocador que fue. Entre otros exabruptos dijo que Samuel Bellow no existía, que Borges era un escritor demasiado menor, que lo único bueno que había leído de Virginia Wolf eran sus críticas y que detestaba el viejo y el mar de Hemingway. O se lo amaba o se lo odiaba. Se justificaba de sus dichos y de su cruda literatura diciendo: " Soy un escritor y lo uso todo. ¿ qué esperaban de mi, qué solo los divirtiera?
Cuando empezó con problemas de salud a raíz de sus excesos, su médico de cabecera pronosticó: "si se endereza tiene muchos años por delante, pero si sigue por el mismo camino, va a ser mejor que se pegue un tiro en la boca".
No fue ni una cosa ni la otra: murió de una explosiva sobredosis ( valium, dilontin y tylenol), confirmando lo que para muchos ya era una verdad: el oficio de escritor es uno de los más riesgosos que existen. Dicen que aquella mañana, la del 25 de agosto de 1984, lo encontró inconsciente su amiga Joana Carson, y que logró despertarlo. Él la tomó del brazo con desesperación y le habló durante más de 3 horas, sin parar, hasta que en un momento dado, calló para siempre. Unos años antes había escrito, tras la trágica muerte de su amiga Marilym Monroe: "¿Por qué en la vida tiene que ser todo tan horrible?"
Nunca lo sabremos, pero es probable que haya vuelto a hacerse la misma pregunta en ese ultimo y desesperado monólogo. Una pregunta sin respuesta.

lunes, 26 de abril de 2021

Ricardo Piglia, Ezequiel Martínez Estrada y la Inundación

Transcurría el mes de mayo de 1959 y Ricardo Piglia y Ezequiel Martinez Estrada se veían las caras por primera y última vez. Fue en un bar de Mar del Plata. No sé por qué pero yo siempre imaginé que el encuentro tuvo lugar en las cercanías de la Plaza Colón. Por ese entonces Estrada era un ensayista y un escritor tan conocido como rechazado por el establisment literario, y Piglia apenas un adolescente que luchaba con sus primeros textos y que venía leyendo todas sus obras con admiración. Por ese entonces también, Estrada ya ha había sido maltratado por célebres personajes: Borges lo había tratado de "sagrado energúmeno", David Viñas de "negador a la marchanta" y Jauretche lo acusaba de "injuriar con un ventilador". Era mayo de 1959 y a Estrada aún le faltaba vivir una experiencia que lo dejaría marcado a fuego: su viaje a Cuba, que en principio había sido planeado como una excursión obligada para recibir un premio literario, pero que impactado por lo que descubrió en la isla, se transformó en una estadía prolongada. Tanto fue su devoción al régimen y a la dirección política que había tomado, que llegó a declarar que no es cubano sólo el que nació en Cuba, sino el que aprendió a amarla y ponerse al servicio de la revolución. Y en ese sentido Estrada fue un cubano más.
Pero volviendo a aquel lejano encuentro, Piglía, muy nervioso por encontrase con su ídolo, llegó más temprano a la cita. Los minutos no se le pasaban más a aquel jovencito. En un momento dado, por fin, lo vio entrar al bar. Piglia recuerda el momento de la siguiente manera: "Me sorprendí, vi entrar a un hombre frágil, que avanzaba hacia mi sosteniéndose de las paredes con la palma de la mano, pero cuando se sentó empezó a hablar, su voz adquirió un tono elegíaco y condenatorio que lo elevaba a la posición, un poco irreal, de un profeta. Recuerdo vagamente lo que hablamos, pero persiste en mi memoria con gran nitidez la imagen que uso para sintetizar o alegorizar su diatriba: "La Argentina se tiene que hundir", me dijo, e hizo con las dos manos en el aire el gesto teatral de hundir a un niño en una bañadera de agua turbia. Luego, con las manos todavía en el agua imaginada, tronó: "Si merece vivir , saldrá a flote, y si no, mejor será que permanezca hundida en el pantano de la historia". Yo tenía 17 años y lo admiraba como escritor, pero me asusté un poco y me despedí atropelladamente."
Cincuenta y seis años más tarde, en mayo de 2015, Ricardo Piglia, quizá intentando subsanar aquella huida y desplante, publica el libro, "Ezequiel Martinez Estrada - Cuentos Completos"- , una obra monumental.
Pero más allá de la extraordinaria literatura que todavía está disponible en la librerías, sigue pendiente la diabólica premonición de Estrada en aquel bar de Mar del Plata, en donde el mar merodeaba cerca, amenazando con la inundación.



domingo, 26 de julio de 2020

EL VACÍO LEGAL

Que existe un vacío legal,  no me cabe la menor duda. Resulta que hay que bajarse todo a través del celular, la app para saber si te pescaste el virus, esa otra para tramitar el permiso de circulación, vacunarse, sacar turno en el banco y cobrar las miserias que te pagan. No me extrañaría que pronto inventen una para poder respirar.  
Y si no las tenes descargadas no sólo no servís para nada en esta sociedad apestada, sino que te convertís en un jodido sospechoso de querer subvertir la salud pública. Un terrorista o casi.
¿Y si ni siquiera usas celular? ¿Cuál es el castigo? ¿El paredón de fusilamiento? ¿La cámara de gas? ¿El linchamiento? ¿El submarino seco? ¿O las 4 cosas juntas?
¿No hubiera sido mejor que el legislador antes de toda esta parafernalia cibernética, hubiera sancionado una ley que impusiera el uso obligatorio del celular? Sobre todo para evitar este tipo de vacíos legales que tantos dolores de cabeza nos traen, estas zonas grises que inquietan y mucho,  más cuando el cumplimiento de la cuarentena está en manos de fuerzas siniestras como la Gendarmería Nacional, la Prefectura, y otras bandas igual de descontroladas.  
No son marcianos. Yo tengo un amigo que no usa celular y no es un extraterrestre. Por convicción. Porque no lo necesita, porque no quiere ser un esclavo, porque no le gustan que lo espíen y sobre todo, porque no se le canta. 
Entre tanto confinamiento y tanto vacío legal, yo no sé que habrá sido de él, la verdad, estoy muy preocupado. Desde que se declaró la cuarentena lo llamo al teléfono fijo y no contesta. Y redes sociales por supuesto que no tiene. Ni computadora tiene. Y vive lejos para irme hasta allá. Yo le tengo miedo al virus, pero mucho más a las botas. La letalidad del primero es de sólo el 1,8% mientras que la de los milicos es del  100%, sobre todo cuando se trata de disparar por la espalda. Por eso no voy para la casa. Recuerdo que unos años atrás, en un bar de mala muerte, tomando un café de una calidad acorde a la categoría del tugurio, le dije que lo admiraba, que era uno de los pocos sobrevivientes de la tiranía tecnológica reinante. No te creas, me respondió, somos muchos más de los que te imaginas. Millones. Una especie de secta secreta, diseminada en todo el mundo. Lo que pasa es que preferimos un perfil bajo, tememos represalias.
Otro día, en otro mugriento café, me afirmó: algún día nos van a joder, bien jodidos. Somos un mal ejemplo y eso el Sistema no te lo perdona. A mi por ejemplo, me tienen fichado. A veces, cuando salgo a la calle, me siguen tipos, motos, autos... 
La última vez que nos encontramos ya se veía venir el tema de la cuarentena. Fue una especie de despedida. Tenía los ojos brillosos y la voz ronca. Se vienen tiempos duros, me confesó. Nosotros vamos a tener que pasar a la clandestinidad. Creo que de esta no zafamos. 
En fin, un verdadero dolor de cabeza esta situación. Y todo por culpa de esta gran vacío legal que nos han tirado por la cabeza. Prometo que cuando se levante la cuarentena voy a ir corriendo a la casa de mi amigo para ver si le pasó algo. Y habrá que irse también a la casa de los otros refutadores de celulares en el resto del mundo. Y ya que estamos (no cuesta nada), a los hogares de todos los millones que sí tienen celular, fieles cumplidores del confinamiento planetario, que en teoría gozarán de pulmones sanos pero quizá de estómagos vacíos, y preguntarles si están bien, si necesitan alguna ayuda. Un plato de comida, un vaso de leche...no sé...un trabajo...una changa.
No sea cosa, Dios no lo permita, que haya sido peor el remedio que la enfermedad.

martes, 4 de febrero de 2020

TATY ALMEIDA (presidenta de Madres de Plaza de Mayo - Línea Fundadora) PRESENTA MI NOVELA MÁLAGA - EDICIONES COLIHUE.

3 de Diciembre de 2019. Lugar: "En lo de Néstor", ciudad autónoma de Buenos Aires. TATY ALMEIDA presenta Málaga. Novela inspirada en hechos históricos, la desaparición de 31 estudiantes  durante la última dictadura militar, conocida como la división perdida de la escuela normal de Banfield (ENAM). Ediciones Colihue. 




miércoles, 25 de diciembre de 2019

FERNANDO BORRONI PRESENTA MI NOVELA MÁLAGA EN BAIRES - 03/12/2019





EL BOCHAZO

Recibí tiempo atrás el siguiente email: 
"Hola,
​Soy María, profesora de castellano en Francia y ando buscando al autor del cuento Imborrable. ​¿​Sos vos? Quisiera reproducir un fragmento en un manual de español para extranjeros y necesito conseguir el permiso.
Ojalá me contestes y me puedas dar una mano."

Le dí la mano y le respondí que sí, que no había problemas. ¿Cómo no ayudar a una profesora de español para extranjeros? La solidaridad ante todo. Mucho más tratándose de cuestiones del lenguaje. 
Ella volvió a escribirme a la semana:
"Gracias Claudio. Mi coautora me bochó el cuento porque le pareció nostálgico y triste. A mí me encanta.
Otra vez será.
Saludos".
No me preocupé demasiado. Al contrario, lo de nostálgico y triste me pareció un elogio. Igual y entre nosotros, yo también me hubiera bochado el cuento. Claro, por supuesto, ¡otra vez será!

Leer Imborrable

viernes, 18 de octubre de 2019

EL PELIGROSO OFICIO DE SER LECTOR

Estas líneas que en su pretensión original apuntaban a una crónica, inevitablemente se van a transformar en una crónica ficcionada, porque no ha sobrevivido nada de aquel lamentable incidente. Al menos yo no encontré ni una mínima referencia, hecho que demuestra con todas las letras la preferencia de internet por lo banal en desmedro de lo trascendente. De Julio Cortázar diré que en mi juventud fue mi mas admirado escritor y que hoy apenas le reconozco, nada mas ni nada menos, 10 cuentos memorables, el personaje de la Maga de Rayuela y la traducción de los cuentos completos de Poe. Los Cronopios no me agradan, y del resto de los relatos no me van ni me vienen, solo se sostienen por la firma de un tal Cortazar, autor de eso 10 cuentos memorables.
De tipo que viajaba en subte llevando debajo del brazo, o leyendo, un libro de Cortázar, conozco muy poco. Ya dije, en el mundo digital no hay nada y mi memoria es frágil. Apenas que era un tipo joven, bastante joven. Del hecho, que tuvo lugar a finales de los ochenta, o principios de los noventa. Después, desconozco en que línea de subterráneos ocurrió el ataque, ni el horario del mismo. Tampoco la estación en la que subieron los Skinheads. Si al tipo que llevaba el libro de Cortázar debajo del brazo o lo iba leyendo (¿Que Libro? ¿Bestiario? ¿Deshoras?) lo ficharon de entrada o luego de un puntilloso paneo a lo largo del vagón. Creo recordar que fue un fin de semana y no había muchos pasajeros, pero no estoy seguro tampoco de eso.
Tal vez le preguntaron de manera amenazante, a ver vos, puto de mierda, mostráme que estás leyendo. Ah, mira vos, lee a Cortázar. Además de puto, comunista. Imagino que lo rodearon. Imagino también el desbande de los pasajeros, la primera trompada que se estrello en el rostro del lector, reforzada por una manopla  de hierro, el preámbulo para la lluvia de golpes y patadas que siguieron detrás. Y en pocos segundos, la sangre, el rostro deformado, algún que otro diento que voló, el cuerpo tendido en el piso del sucio vagón. A esa altura de los acontecimientos es probable que los golpes ya no dolieran.   

La noticia buena de este desastre es que el lector, después de varios días de hospital, logró sobrevivir al ataque.
Los libros son peligrosos. Siempre lo fueron. Por eso no olvidemos a este valiente lector que arriesgó su vida por un libro, por una historia. Donde quiera que este, si es que 30 años después está en algún lado, desde este humilde blog le enviamos un caluroso abrazo.

viernes, 16 de agosto de 2019

EL ESCRITOR DEL MES



GERMÁN ROZENMACHER




 
"Ojalá que dentro de muchos años, cuando ni usted ni yo estemos, alguien, aunque sea una sola persona, se acuerde de un cuento, de alguna frase, o aunque sea de un adjetivo de esos pocos felices que a uno le salen a veces, muy pocos en la vida. Y entonces que el lector diga, "esto está vivo todavía". Si  pasa eso, yo, desde el purgatorio, voy  guiñar este ojo miope, bastante agradecido". German Rozenmacher (1936-1971).

Soy de los que piensa que todas la muertes son absurdas, incomprensibles. A mi amigo Rolo hay dos cosas del mundo que le molestan sobremanera. La vida y la muerte. La vida, cuando se vuelve tan injusta que nada ni nadie la puede justificar. Y la muerte, porque dice que una vida por más miserable que sea, por más mezquina y enferma que se vuelve, siempre merece otra oportunidad.
Reconozco que hasta esa tarde no había oído hablar de Rozenmacher, situación grave para alguien que se vanagloriaba de ser un gran lector (hoy ya no me vanaglorio de nada). En ese sentido el Rolo ejerció una actitud docente hacia mi. Hay que admitirlo: a pesar de la forma vulgar de hablar que tenía, era muy culto y sobre todo había leído a todos los grandes escritores, por lo menos sabía anécdotas de ellos que nadie conocía.
No se puede creer, tenía 35 años. Hubiera sido un nuevo Roberto Arlt, me dijo aquella noche, en un bar frío y solitario del centro de Banfield, a 50 metros de las vías del ferrocarril, que tiraron abajo en la década del 90. Estaba conmovido, era justo el aniversario de su muerte y admiraba profundamente su obra.
—¿Quién? —deletreámelo por favor.
—Ro-zen-ma-cher, Germám— dijo con cierta molestia
—¿Con Z ?
—Sí, con Z
Admití que no lo conocía. Otro en su lugar se hubiera ofendido por la ignorancia, sin embargo conservó su actitud sabia. Me contó la historia de ese final. El día, el 6 de agosto de 1971, la fecha de su muerte—empezó diciendo—, el diablo metió la cola si es verdad que el diablo existe y además tiene cola. Un día como hoy, el mismo que tiraron la bomba de Hiroshima, sólo que 26 años después, agregó, como si esa muerte fuera tan devastadora como el desastre mayúsculo provocado por la “Little boy”. Yo estaba ansioso por escuchar esa historia pero él necesitaba tiempo. Pidió un café y se quedó mirando a través de la ventana unos minutos. Sé que no miraba nada, pensaba, acaso intentaba encontrar una explicación a esa historia. Yo para matar el tiempo hice lo mismo que él: miré la calle oscura. No pasaba un alma.
Parece que el primer sorbo de café le dio ánimo para empezar el relato. Resulta que un amigo le prestó un departamento en Mar del Plata para que vaya a pasar unos días con la esposa y sus dos hijos, el más chico casi un bebe. Dicen que el inmueble quedaba cerca de la terminal de ómnibus. Pero esto último tomálo con pinzas, no lo tengo debidamente chequeado. 
-¿Dónde leíste la historia que me estás contando ?—lo interrumpí.
-No la leí. La sé de primera mano, ¿por?—me respondió tajante, cosa que me quedara en claro que no estaba dispuesto a admitir más interrupciones de mi parte para preguntar pavadas.
Llegaron al departamento con ganas de dormir, era de noche, pero el bebé, se empezó a sentir mal. A todo esto ya habían encendido las hornallas de la cocina, viste como es Mar del Plata en invierno, un cagadero de frío infernal. Pero no sospecharon nada, su esposa, su otro hijo y él estaban lo más bien. Lo más prudente era llevar entonces al chico al ….en ese momento el ruido de una locomotora tapó la voz de mi amigo, y yo no pude escuchar si fueron al hospital o a una clínica. Como no venía la caso, no le pregunté nada. Lo cierto es que se fueron los cuatro, el bebé tenía un color raro y su respiración no era buena. Entraron por la guardia y le hicieron todos los estudios. No le encontraron nada. Ahora respiraba mejor y el color era normal, se le habían ido los síntomas. El médico, por precaución, les propuso dejar al bebé en observación toda la noche y ellos aceptaron enseguida. Era una medida adecuada. El matrimonio deliberó un rato. Tenía que quedarse uno de los dos. No sabían lo que estaba en juego en ese momento. Tomaron la decisión. La esposa se quedó en el establecimiento y él se volvió al departamento con su hijo mayor. Allí, seguía el diablo agazapado, esperando una nueva oportunidad. No la desaprovechó. Quedaron en regresar a las 9 de la mañana del otro día. Sin embargo no aparecieron. Lo que paso después es producto de la investigación policial. Esa noche cuando regresaron, volvieron a encender las hornallas. Lo que no me acuerdo bien es si se fueron a dormir o la muerte los alcanzó antes. Lo cierto es que el escape de gas o de monóxido de carbono, no perdonó. Se los llevó a los dos.
Sobre el bar enteró aterrizó un mortal silencio. Después de un largo rato, mi amigo reaccionó:
-Es así nomás. Un día te viene a buscar y no hay con que darle.
Más tarde encendió un cigarrillo y se levantó. Tenía más impotencia que enojo. Nos vemos mañana, si es que el diablo no mete la cola antes, fue lo último que dijo aquella destemplada noche.