Claudio Miranda - Ex-imortal y escritor. El resto no tiene importacia

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"No me cure la locura, doctor. Es lo único que tengo". Isidoro Blaisten (Argentina - 1933 - 2004)

sábado, 20 de julio de 2024

La calle Maipú, la Galería del Este y Borges.

Hoy es un castillo abandonado, un barco fantasma. Basta con observar la foto que ilustra esta nota para darse cuenta de lo que hablo. Fue un emblema del Buenos Aires del siglo pasado: La Galería del este, con doble entrada por la peatonal Florida y la calle Maipú. Apurarse porque pronto no quedará nada, ni los restos del naufragio. Sin embargo hubo un tiempo de esplendor, de cultura, de música, de literatura. Hubo un tiempo, entre los finales de los 70 y la primera mitad de los 80, en el que el movimiento era incesante. Yo que empezaba a dejar la adolescencia atrás, iba a la Galería del Este exclusivamente a ver a Borges. El maestro solía parar en una librería ubicada en el 2° o 3° local, del lado izquierdo, entrando por Maipú. Su dueño era un paraguayo que se había hecho amigo de Borges. En la vidriera estaba pegada una nota de puño y letra de Borges, agradeciendo la amistad al librero. Él solía ir una o dos veces por semana. El día y la hora eran indeterminados, así que encontrarlo era un juego de azar, circunstancia que parecía ser una prolongación de sus cuentos. El vivía enfrente, sobre Maipú al 900, mucho antes de que María Kodama se adueñara de la vida y los bienes del viejo. En esos cinco años logré verlo apenas en cuatro ocasiones. La imagen de siempre: Borges sentado, con los ojos inútiles apuntando al techo, las manos entrelazadas y apoyadas en su bastón muy alto, dando la sensación de estar flotando. A su alrededor, siempre había alguien hablándole, él nunca decía nada, escuchaba o hacía que escuchaba y cada tanto movía las cejas hacia arriba, como dando una señal de una dudosa atención.
Ninguna de las cuatro veces que lo encontré, me animé a entrar a la librería y saludarlo. Me conformaba con observarlo a través de la vidriera. Calculo que quería preservar la merecida distancia que separa a los genios de nosotros, la gente de a pie.
Claudio Miranda






domingo, 18 de febrero de 2024

En Página 12: Mi cuento "Las Cosas Simplemente Ocurren" - 02/01/2024

Por segundo año consecutivo, el suplemento literario Verano 12, de Pagina 12, publica un cuento de mi autoría. Muy agradecido al editor de Pagina por haber confiado en mi. 

Les dejo el link para que puedan leerlo, aclarando que se trata de un cuento inédito. 

Claudio Miranda

Leer: 


LAS COSAS SIMPLEMENTE OCURREN




viernes, 17 de febrero de 2023

Mi cuento "La Promesa" publicado en Pagina 12

Muy agradecido al diario  Pagina 12 - suplemento literario Verano 12 - por la publicación de mi cuento "La Promesa", el pasado  7 de febrero de 2023. 

Podrán leerlo desde acá: La Promesa de Claudio Miranda









domingo, 3 de abril de 2022

Esposa en Reversa de Stephen Dixon

Además de magistral, este cuento de Stephen Dixon (1936-2019) es un rara avis dentro de la obra del escritor estadounidense. ¿Por qué? Por la austeridad literaria con la que está escrito (apenas una carilla y media), algo excepcional en sus historias que en general promedian como mínimo una decena de hojas, confirmando así que es posible escribir mucho con pocas palabras. 

Por los demás, el relato guarda la misma característica que el resto de su obra: un estilo seco, directo, ausente de retórica alguna y provisto de un realismo brutal.

Otro aspecto que vuelve a este cuento genial e imprescindible, es la forma que tiene de jugar con el tiempo, o en todo caso, de trastocar la manera convencional de tratarlo: Siempre se resalta al futuro como una puerta de salvación, una fuga hacia adelante, un comodín que usamos para salvarnos del desastre actual o de nuestro propio pasado. Los días por venir: en el futuro depositamos la esperanza de alcanzar la dicha postergada. Acá no, acá no hay presente ni futuro redentor. Sólo existe el pasado, como una forma de reconstruir la felicidad perdida.   

ESPOSA EN REVERSA (Del libro Historias Tardías)

Su esposa muere, los labios ligeramente separados, un ojo abierto. Él golpea la puerta del dormitorio de su hija menor y le dice: “Sería mejor que vinieras. Parece que mamá está por fallecer”. Su esposa entra en coma tres días después de haber vuelto a casa y sigue así durante once días. Hacen una pequeña fiesta al segundo día de su regreso: salmón de Nueva Escocia, chocolates, un risotto que prepara él, queso brie, frutillas, champagne. Un vehículo de traslado médico trae a su esposa a casa. Ella dice: “Ya no quiero más asistencia vital, ni remedios, ni suero, ni comida”. Él llama al 911 por cuarta vez en dos años, le dice al operador: “Mi esposa; estoy seguro de que es otra vez neumonía”. A su esposa le colocan un tubo traqueal. “¿Cuándo me lo sacarán?”, dice ella, y el doctor responde: “¿Para ser honesto? Nunca”. “Su esposa tiene un caso muy grave de neumonía”, les dice a él y a sus hijas, la primera vez, el médico de cuidados intensivos, “y entre uno y dos por ciento de probabilidades de sobrevivir”. Ahora su esposa usa una silla de ruedas. Ahora su esposa usa un carrito a motor. Ahora su esposa usa un andador con rueditas. Ahora su esposa usa un andador. Su esposa tiene que usar bastón. A su esposa le diagnostican esclerosis múltiple. Su esposa tiene problemas para caminar. Su esposa da a luz a su segunda hija. “Esta vez no lloraste”, le dice, y él contesta: “Estoy igual de feliz”. Su esposa le dice: “Me parece que algo no anda bien con mis ojos”. Su esposa da a luz a su hija. El obstetra dice: “Nunca vi a un padre llorar en la sala de partos”. El rabino los declara marido y mujer, y justo antes de besarla, él se pone a llorar. “Casémonos”, le dice, y ella dice: “Por mí está bien”, y él dice: “¿De veras?”, y se pone a llorar. “Qué reacción”, dice ella, y él: “Estoy tan feliz, tan feliz”, y ella lo abraza y le dice: “Yo también”. Ella lo llama: “¿Cómo estás? ¿Quieres que nos encontremos y hablemos un poco?”. Lo alcanza hasta la entrada de su edificio y le dice: “Esto sencillamente no está funcionando”. En su primera cita verdadera van a un restaurante y él le dice: “Si me pongo tan quisquilloso sobre qué comer es porque soy vegetariano, cosa que estaba un poco reacio a decirte, tan pronto”, y ella dice: “¿Por qué? No es nada tan peculiar. Solo significa que no vamos a compartir la entrada, excepto las verduras”. En una fiesta, conoce a una mujer. Conversan durante largo rato. Ella tiene que dejar la fiesta para asistir a un concierto. Él le pide su número de teléfono. Le dice: “Te llamaré”, y ella: “Eso me agradaría”. Se despiden en la puerta y él le estrecha la mano. Después de que ella se ha ido, piensa: “Esa mujer va a ser mi esposa”.

viernes, 24 de diciembre de 2021

UN CUENTO DE NOCHEBUENA: EL MILAGRO

 EL MILAGRO

Aturdido, el señor Bernardez levantó la copa de sidra lo más alto que pudo. El pulso le temblaba más de la emoción que del parkinson, aunque de milagro no derramó ni una sola gota.

De a poco fueron llegando los invitados, los padres, los hermanos, el tío Edgardo, la tía Evangelina...todos. ¿Quién dijo que los milagros no existían? Por lo menos aquella noche buena, sí.
Y de poco también, se fueron agregando las otras generaciones, su esposa, Mary, sus hijos, sus nietos, algún que otro sobrino. El tiempo que siempre había sido una barrera, un obstáculo infranqueable, ahora se había convertido en un puente que lo conducía a la felicidad añorada y perdida. Los vio. ¡Estaban todos reunidos! Sería la primera noche buena en la que brindis no se empañaría por el triste recuerdo de algún muerto de la familia.
Después de todo, no había sido tan difícil, había bastado con cerrar los ojos y desear, desear brutalmente que vinieran. Y ahí estaban, apiñados en torno a la vieja mesa, el mantel blanco, los platos relucientes, las botellas recién descorchadas.
Fue chocando las copas con cada uno de ellos, al tiempo que el enorme caserón se llenó de voces familiares, gritos, risas, aplausos, canciones navideñas.
Antes de que abriera los ojos  y la mesa se despoblara de nuevo, de que apagaran las luces del humilde arbolito de navidad, que dejaran de sonar en la calle los cohetes y los fuegos artificiales, mucho antes de que su achacado cuerpo se aplastara otra vez en el duro colchón de la cama, los perdonó a todos. A los muertos, por haber partido, incluso algunos antes de tiempo, y a los vivos, por haberlo dejado solo aquella noche buena.  



CGM

Abril 2016


domingo, 9 de mayo de 2021

Bioy Casares o como salir a matar viejos

La novela de Bioy, "Diario de la guerra del cerdo", publicada en 1969, tiene como argumento el estallido social que se produce en Buenos Aires y se extiende por 15 días, período en el cual pandillas de jóvenes salen a las calles a cazar y matar viejos a mansalva. El estado no interviene, mira para otro lado y deja hacer. El relato no explica las motivaciones que lleva a los jóvenes a semejantes linchamientos, aunque algunas frases arrojan ciertas pistas:

En esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser”
“...a través de esta guerra (los jóvenes) entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de algún joven. ¡De ellos mismos, tal vez! … matar a un viejo equivale a suicidarse”
Lo que también queda sugerido que la matanza es la respuesta natural para contrarrestar la supuesta “carga” que representan los “viejos” para las instituciones y las familias.
El protagonista de la novela es un sesentón llamado Isidoro Vidal, quien junto con otros amigos de la misma edad están más preocupados por demostrar que aún no son viejos y así salvar sus pellejos, que a condenar los ataques y enfrentarlos.
Cuando le preguntaron a Bioy de donde había sacado semejante idea, respondió:
"Se me ocurrió una tarde de 1966 en la confitería El Molino, mientras veía a una persona con el pelo teñido para disimular las canas…comprendí que la vejez es un problema sentido por todo el mundo como algo trágico y me senté a escribir la novela".
Bioy acababa de cumplir sesenta años y sentía que la tan temida etapa de la vida empezaba a alcanzarlo. Acaso escribirla fue sacarse un peso de encima, un desahogo del tiempo por venir.
La historia trascendió la literatura y fue llevada al cine en 1975, por el director Leopoldo Torres Nilson.
Muchos consideraron a esta obra de Bioy Casares como una novela de anticipación y no estuvieron muy errados que digamos. Hoy en día se desarrolla el mismo exterminio, pero con métodos más sofisticados. Es que en la actualidad los viejos joden más que nunca, ya que han extendido sus expectativas de vida escandalosamente. Se necesita mucha más dinero para mantenerlos. Y eso de mantener gente improductiva para el capitalismo resulta intolerable. De hecho el informe del FMI sobre estabilidad financiera mundial publicado en el año 2012, advierte de las implicancias financieras potencialmente muy grandes del riesgo de longevidad, es decir, del peligro de que la gente viva más de lo esperado. Así que se han reorganizado para ser más eficientes. Cada uno aportando sus mejores armas: los no viejos contribuyendo con la indiferencia y el mal trato y el estado, pagando jubilaciones y pensiones miserables, dando continuidad así, a la matanza que imaginó Bioy en el siglo pasado.
Un exterminio sin trompadas, ni patadas, ni charcos de sangre en la veredas, pero con el mismo objetivo: la eliminación de los viejos.



sábado, 1 de mayo de 2021

Charles Bukowski y el Trabajo

Es 1° de Mayo, día internacional del trabajador, y me acuerdo de Charles Bukowski (1920-1994). Ya viejo, convertido en un reconocido escritor, Bukowski le escribía una carta a un amigo y reflexionaba acerca del trabajo y los trabajadores: “A veces no duele tanto recordar de dónde venimos. Y tú conoces los lugares de donde yo vengo… Lo llaman “De 9 a 5”. Sólo que nunca es de 9 a 5. En esos lugares no hay hora de comida y, de hecho, si quieres conservar tu trabajo, no sales a comer. Y está el tiempo extra, pero el tiempo extra nunca se registra correctamente en los libros, y si te quejas de eso hay otro zoquete dispuesto a tomar tu lugar”. "Cuando era joven no podía creer que la gente diera su vida a cambio de esas condiciones. Ahora que soy viejo sigo sin creerlo. ¿Por qué lo hacen? ¿Por sexo? ¿Por una televisión? ¿Por un automóvil a pagos fijos? ¿Por los niños? ¿Niños que harán justo las mismas cosas?" "A los esclavos nunca se les paga tanto como para que se liberen, sino apenas lo necesario para que sobrevivan y regresen a trabajar"

En verdad, Bukowski sabía lo que era el "Trabajo": entre su eterno vagabundeo, entre noches interminables durmiendo en el banco de una plaza, había trabajado durante 15 años como cartero, horas y horas caminado hasta agujerear las suelas de los zapatos, sometido a una feroz explotación a cambio de una miserable paga. En algún momento de su vida alguien le propone pagar la suma de 100 dólares mensuales con la única condición que dedicara sus días sólo a la escritura. Sin pensarlo demasiado acepta el ofrecimiento, renuncia al miserable correo y se pone manos a la obra. A los pocos meses termina una de sus más famosas novelas: "El Cartero". Y ya no se detendría más.
Y en este punto resulta inevitable hacerse la pregunta: Al final, ¿El trabajo dignifica o esclaviza? ¿El trabajador es un ser libre o un esclavo? Personalmente creo que es un poco de cada caso. Aunque en verdad, no estoy muy seguro. De lo que sí tengo certeza que el trabajo sería algo muy diferente, si de adultos fuéramos capaces de cumplir el sueño que alguna vez tuvimos de chicos y que manifestábamos ante la infaltable y tonta pregunta de alguna también tonta tía o abuela: ¿Qué te gustaría ser cuando seas grande? Y todos, unánimemente, respondíamos que queríamos ser astronauta, jugador profesional de fútbol, corredor de formula uno, detective, navegante, arqueólogo, corresponsal de guerra, salvar la vida de animales o personas, escritor...y un montón de cosas más que ya nunca seremos.

miércoles, 28 de abril de 2021

La Última Pregunta de Truman Capote

Truman Capote (1924-1984) siendo revisado antes de entrar a la prisión, para entrevistar a los autores del horrendo asesinato de la familia Cutter. De esas entrevistas y su investigación que duró 7 años, Capote publicaría en 1966 la fabulosa novela " A Sangre Fría" , creando así un nuevo género literario: la novela de no ficción (en mi opinión el creador de aquel género fue Rodolfo Walsh, con "Operación Masacre").
Activista gay en una época en la cual la homosexualidad era casi un delito, nunca dejó de provocar a una sociedad norteamericana hipócrita, que ocultaba debajo de la feliz máscara del sueño americano, una violencia devastadora, la misma que cobró la vida de la familia Cutter.
"Soy alcohólico, drogadicto, soy homosexual...¡Soy un genio!" Esa es la frase que mejor lo define como el provocador que fue. Entre otros exabruptos dijo que Samuel Bellow no existía, que Borges era un escritor demasiado menor, que lo único bueno que había leído de Virginia Wolf eran sus críticas y que detestaba el viejo y el mar de Hemingway. O se lo amaba o se lo odiaba. Se justificaba de sus dichos y de su cruda literatura diciendo: " Soy un escritor y lo uso todo. ¿ qué esperaban de mi, qué solo los divirtiera?
Cuando empezó con problemas de salud a raíz de sus excesos, su médico de cabecera pronosticó: "si se endereza tiene muchos años por delante, pero si sigue por el mismo camino, va a ser mejor que se pegue un tiro en la boca".
No fue ni una cosa ni la otra: murió de una explosiva sobredosis ( valium, dilontin y tylenol), confirmando lo que para muchos ya era una verdad: el oficio de escritor es uno de los más riesgosos que existen. Dicen que aquella mañana, la del 25 de agosto de 1984, lo encontró inconsciente su amiga Joana Carson, y que logró despertarlo. Él la tomó del brazo con desesperación y le habló durante más de 3 horas, sin parar, hasta que en un momento dado, calló para siempre. Unos años antes había escrito, tras la trágica muerte de su amiga Marilym Monroe: "¿Por qué en la vida tiene que ser todo tan horrible?"
Nunca lo sabremos, pero es probable que haya vuelto a hacerse la misma pregunta en ese ultimo y desesperado monólogo. Una pregunta sin respuesta.

lunes, 26 de abril de 2021

Ricardo Piglia, Ezequiel Martínez Estrada y la Inundación

Transcurría el mes de mayo de 1959 y Ricardo Piglia y Ezequiel Martinez Estrada se veían las caras por primera y última vez. Fue en un bar de Mar del Plata. No sé por qué pero yo siempre imaginé que el encuentro tuvo lugar en las cercanías de la Plaza Colón. Por ese entonces Estrada era un ensayista y un escritor tan conocido como rechazado por el establisment literario, y Piglia apenas un adolescente que luchaba con sus primeros textos y que venía leyendo todas sus obras con admiración. Por ese entonces también, Estrada ya ha había sido maltratado por célebres personajes: Borges lo había tratado de "sagrado energúmeno", David Viñas de "negador a la marchanta" y Jauretche lo acusaba de "injuriar con un ventilador". Era mayo de 1959 y a Estrada aún le faltaba vivir una experiencia que lo dejaría marcado a fuego: su viaje a Cuba, que en principio había sido planeado como una excursión obligada para recibir un premio literario, pero que impactado por lo que descubrió en la isla, se transformó en una estadía prolongada. Tanto fue su devoción al régimen y a la dirección política que había tomado, que llegó a declarar que no es cubano sólo el que nació en Cuba, sino el que aprendió a amarla y ponerse al servicio de la revolución. Y en ese sentido Estrada fue un cubano más.
Pero volviendo a aquel lejano encuentro, Piglía, muy nervioso por encontrase con su ídolo, llegó más temprano a la cita. Los minutos no se le pasaban más a aquel jovencito. En un momento dado, por fin, lo vio entrar al bar. Piglia recuerda el momento de la siguiente manera: "Me sorprendí, vi entrar a un hombre frágil, que avanzaba hacia mi sosteniéndose de las paredes con la palma de la mano, pero cuando se sentó empezó a hablar, su voz adquirió un tono elegíaco y condenatorio que lo elevaba a la posición, un poco irreal, de un profeta. Recuerdo vagamente lo que hablamos, pero persiste en mi memoria con gran nitidez la imagen que uso para sintetizar o alegorizar su diatriba: "La Argentina se tiene que hundir", me dijo, e hizo con las dos manos en el aire el gesto teatral de hundir a un niño en una bañadera de agua turbia. Luego, con las manos todavía en el agua imaginada, tronó: "Si merece vivir , saldrá a flote, y si no, mejor será que permanezca hundida en el pantano de la historia". Yo tenía 17 años y lo admiraba como escritor, pero me asusté un poco y me despedí atropelladamente."
Cincuenta y seis años más tarde, en mayo de 2015, Ricardo Piglia, quizá intentando subsanar aquella huida y desplante, publica el libro, "Ezequiel Martinez Estrada - Cuentos Completos"- , una obra monumental.
Pero más allá de la extraordinaria literatura que todavía está disponible en la librerías, sigue pendiente la diabólica premonición de Estrada en aquel bar de Mar del Plata, en donde el mar merodeaba cerca, amenazando con la inundación.



domingo, 26 de julio de 2020

EL VACÍO LEGAL

Que existe un vacío legal,  no me cabe la menor duda. Resulta que hay que bajarse todo a través del celular, la app para saber si te pescaste el virus, esa otra para tramitar el permiso de circulación, vacunarse, sacar turno en el banco y cobrar las miserias que te pagan. No me extrañaría que pronto inventen una para poder respirar.  
Y si no las tenes descargadas no sólo no servís para nada en esta sociedad apestada, sino que te convertís en un jodido sospechoso de querer subvertir la salud pública. Un terrorista o casi.
¿Y si ni siquiera usas celular? ¿Cuál es el castigo? ¿El paredón de fusilamiento? ¿La cámara de gas? ¿El linchamiento? ¿El submarino seco? ¿O las 4 cosas juntas?
¿No hubiera sido mejor que el legislador antes de toda esta parafernalia cibernética, hubiera sancionado una ley que impusiera el uso obligatorio del celular? Sobre todo para evitar este tipo de vacíos legales que tantos dolores de cabeza nos traen, estas zonas grises que inquietan y mucho,  más cuando el cumplimiento de la cuarentena está en manos de fuerzas siniestras como la Gendarmería Nacional, la Prefectura, y otras bandas igual de descontroladas.  
No son marcianos. Yo tengo un amigo que no usa celular y no es un extraterrestre. Por convicción. Porque no lo necesita, porque no quiere ser un esclavo, porque no le gustan que lo espíen y sobre todo, porque no se le canta. 
Entre tanto confinamiento y tanto vacío legal, yo no sé que habrá sido de él, la verdad, estoy muy preocupado. Desde que se declaró la cuarentena lo llamo al teléfono fijo y no contesta. Y redes sociales por supuesto que no tiene. Ni computadora tiene. Y vive lejos para irme hasta allá. Yo le tengo miedo al virus, pero mucho más a las botas. La letalidad del primero es de sólo el 1,8% mientras que la de los milicos es del  100%, sobre todo cuando se trata de disparar por la espalda. Por eso no voy para la casa. Recuerdo que unos años atrás, en un bar de mala muerte, tomando un café de una calidad acorde a la categoría del tugurio, le dije que lo admiraba, que era uno de los pocos sobrevivientes de la tiranía tecnológica reinante. No te creas, me respondió, somos muchos más de los que te imaginas. Millones. Una especie de secta secreta, diseminada en todo el mundo. Lo que pasa es que preferimos un perfil bajo, tememos represalias.
Otro día, en otro mugriento café, me afirmó: algún día nos van a joder, bien jodidos. Somos un mal ejemplo y eso el Sistema no te lo perdona. A mi por ejemplo, me tienen fichado. A veces, cuando salgo a la calle, me siguen tipos, motos, autos... 
La última vez que nos encontramos ya se veía venir el tema de la cuarentena. Fue una especie de despedida. Tenía los ojos brillosos y la voz ronca. Se vienen tiempos duros, me confesó. Nosotros vamos a tener que pasar a la clandestinidad. Creo que de esta no zafamos. 
En fin, un verdadero dolor de cabeza esta situación. Y todo por culpa de esta gran vacío legal que nos han tirado por la cabeza. Prometo que cuando se levante la cuarentena voy a ir corriendo a la casa de mi amigo para ver si le pasó algo. Y habrá que irse también a la casa de los otros refutadores de celulares en el resto del mundo. Y ya que estamos (no cuesta nada), a los hogares de todos los millones que sí tienen celular, fieles cumplidores del confinamiento planetario, que en teoría gozarán de pulmones sanos pero quizá de estómagos vacíos, y preguntarles si están bien, si necesitan alguna ayuda. Un plato de comida, un vaso de leche...no sé...un trabajo...una changa.
No sea cosa, Dios no lo permita, que haya sido peor el remedio que la enfermedad.

martes, 4 de febrero de 2020

TATY ALMEIDA (presidenta de Madres de Plaza de Mayo - Línea Fundadora) PRESENTA MI NOVELA MÁLAGA - EDICIONES COLIHUE.

3 de Diciembre de 2019. Lugar: "En lo de Néstor", ciudad autónoma de Buenos Aires. TATY ALMEIDA presenta Málaga. Novela inspirada en hechos históricos, la desaparición de 31 estudiantes  durante la última dictadura militar, conocida como la división perdida de la escuela normal de Banfield (ENAM). Ediciones Colihue. 




miércoles, 25 de diciembre de 2019

FERNANDO BORRONI PRESENTA MI NOVELA MÁLAGA EN BAIRES - 03/12/2019





EL BOCHAZO

Recibí tiempo atrás el siguiente email: 
"Hola,
​Soy María, profesora de castellano en Francia y ando buscando al autor del cuento Imborrable. ​¿​Sos vos? Quisiera reproducir un fragmento en un manual de español para extranjeros y necesito conseguir el permiso.
Ojalá me contestes y me puedas dar una mano."

Le dí la mano y le respondí que sí, que no había problemas. ¿Cómo no ayudar a una profesora de español para extranjeros? La solidaridad ante todo. Mucho más tratándose de cuestiones del lenguaje. 
Ella volvió a escribirme a la semana:
"Gracias Claudio. Mi coautora me bochó el cuento porque le pareció nostálgico y triste. A mí me encanta.
Otra vez será.
Saludos".
No me preocupé demasiado. Al contrario, lo de nostálgico y triste me pareció un elogio. Igual y entre nosotros, yo también me hubiera bochado el cuento. Claro, por supuesto, ¡otra vez será!

Leer Imborrable

viernes, 18 de octubre de 2019

EL PELIGROSO OFICIO DE SER LECTOR

Estas líneas que en su pretensión original apuntaban a una crónica, inevitablemente se van a transformar en una crónica ficcionada, porque no ha sobrevivido nada de aquel lamentable incidente. Al menos yo no encontré ni una mínima referencia, hecho que demuestra con todas las letras la preferencia de internet por lo banal en desmedro de lo trascendente. De Julio Cortázar diré que en mi juventud fue mi mas admirado escritor y que hoy apenas le reconozco, nada mas ni nada menos, 10 cuentos memorables, el personaje de la Maga de Rayuela y la traducción de los cuentos completos de Poe. Los Cronopios no me agradan, y del resto de los relatos no me van ni me vienen, solo se sostienen por la firma de un tal Cortazar, autor de eso 10 cuentos memorables.
De tipo que viajaba en subte llevando debajo del brazo, o leyendo, un libro de Cortázar, conozco muy poco. Ya dije, en el mundo digital no hay nada y mi memoria es frágil. Apenas que era un tipo joven, bastante joven. Del hecho, que tuvo lugar a finales de los ochenta, o principios de los noventa. Después, desconozco en que línea de subterráneos ocurrió el ataque, ni el horario del mismo. Tampoco la estación en la que subieron los Skinheads. Si al tipo que llevaba el libro de Cortázar debajo del brazo o lo iba leyendo (¿Que Libro? ¿Bestiario? ¿Deshoras?) lo ficharon de entrada o luego de un puntilloso paneo a lo largo del vagón. Creo recordar que fue un fin de semana y no había muchos pasajeros, pero no estoy seguro tampoco de eso.
Tal vez le preguntaron de manera amenazante, a ver vos, puto de mierda, mostráme que estás leyendo. Ah, mira vos, lee a Cortázar. Además de puto, comunista. Imagino que lo rodearon. Imagino también el desbande de los pasajeros, la primera trompada que se estrello en el rostro del lector, reforzada por una manopla  de hierro, el preámbulo para la lluvia de golpes y patadas que siguieron detrás. Y en pocos segundos, la sangre, el rostro deformado, algún que otro diento que voló, el cuerpo tendido en el piso del sucio vagón. A esa altura de los acontecimientos es probable que los golpes ya no dolieran.   

La noticia buena de este desastre es que el lector, después de varios días de hospital, logró sobrevivir al ataque.
Los libros son peligrosos. Siempre lo fueron. Por eso no olvidemos a este valiente lector que arriesgó su vida por un libro, por una historia. Donde quiera que este, si es que 30 años después está en algún lado, desde este humilde blog le enviamos un caluroso abrazo.

viernes, 16 de agosto de 2019

EL ESCRITOR DEL MES



GERMÁN ROZENMACHER




 
"Ojalá que dentro de muchos años, cuando ni usted ni yo estemos, alguien, aunque sea una sola persona, se acuerde de un cuento, de alguna frase, o aunque sea de un adjetivo de esos pocos felices que a uno le salen a veces, muy pocos en la vida. Y entonces que el lector diga, "esto está vivo todavía". Si  pasa eso, yo, desde el purgatorio, voy  guiñar este ojo miope, bastante agradecido". German Rozenmacher (1936-1971).

Soy de los que piensa que todas la muertes son absurdas, incomprensibles. A mi amigo Rolo hay dos cosas del mundo que le molestan sobremanera. La vida y la muerte. La vida, cuando se vuelve tan injusta que nada ni nadie la puede justificar. Y la muerte, porque dice que una vida por más miserable que sea, por más mezquina y enferma que se vuelve, siempre merece otra oportunidad.
Reconozco que hasta esa tarde no había oído hablar de Rozenmacher, situación grave para alguien que se vanagloriaba de ser un gran lector (hoy ya no me vanaglorio de nada). En ese sentido el Rolo ejerció una actitud docente hacia mi. Hay que admitirlo: a pesar de la forma vulgar de hablar que tenía, era muy culto y sobre todo había leído a todos los grandes escritores, por lo menos sabía anécdotas de ellos que nadie conocía.
No se puede creer, tenía 35 años. Hubiera sido un nuevo Roberto Arlt, me dijo aquella noche, en un bar frío y solitario del centro de Banfield, a 50 metros de las vías del ferrocarril, que tiraron abajo en la década del 90. Estaba conmovido, era justo el aniversario de su muerte y admiraba profundamente su obra.
—¿Quién? —deletreámelo por favor.
—Ro-zen-ma-cher, Germám— dijo con cierta molestia
—¿Con Z ?
—Sí, con Z
Admití que no lo conocía. Otro en su lugar se hubiera ofendido por la ignorancia, sin embargo conservó su actitud sabia. Me contó la historia de ese final. El día, el 6 de agosto de 1971, la fecha de su muerte—empezó diciendo—, el diablo metió la cola si es verdad que el diablo existe y además tiene cola. Un día como hoy, el mismo que tiraron la bomba de Hiroshima, sólo que 26 años después, agregó, como si esa muerte fuera tan devastadora como el desastre mayúsculo provocado por la “Little boy”. Yo estaba ansioso por escuchar esa historia pero él necesitaba tiempo. Pidió un café y se quedó mirando a través de la ventana unos minutos. Sé que no miraba nada, pensaba, acaso intentaba encontrar una explicación a esa historia. Yo para matar el tiempo hice lo mismo que él: miré la calle oscura. No pasaba un alma.
Parece que el primer sorbo de café le dio ánimo para empezar el relato. Resulta que un amigo le prestó un departamento en Mar del Plata para que vaya a pasar unos días con la esposa y sus dos hijos, el más chico casi un bebe. Dicen que el inmueble quedaba cerca de la terminal de ómnibus. Pero esto último tomálo con pinzas, no lo tengo debidamente chequeado. 
-¿Dónde leíste la historia que me estás contando ?—lo interrumpí.
-No la leí. La sé de primera mano, ¿por?—me respondió tajante, cosa que me quedara en claro que no estaba dispuesto a admitir más interrupciones de mi parte para preguntar pavadas.
Llegaron al departamento con ganas de dormir, era de noche, pero el bebé, se empezó a sentir mal. A todo esto ya habían encendido las hornallas de la cocina, viste como es Mar del Plata en invierno, un cagadero de frío infernal. Pero no sospecharon nada, su esposa, su otro hijo y él estaban lo más bien. Lo más prudente era llevar entonces al chico al ….en ese momento el ruido de una locomotora tapó la voz de mi amigo, y yo no pude escuchar si fueron al hospital o a una clínica. Como no venía la caso, no le pregunté nada. Lo cierto es que se fueron los cuatro, el bebé tenía un color raro y su respiración no era buena. Entraron por la guardia y le hicieron todos los estudios. No le encontraron nada. Ahora respiraba mejor y el color era normal, se le habían ido los síntomas. El médico, por precaución, les propuso dejar al bebé en observación toda la noche y ellos aceptaron enseguida. Era una medida adecuada. El matrimonio deliberó un rato. Tenía que quedarse uno de los dos. No sabían lo que estaba en juego en ese momento. Tomaron la decisión. La esposa se quedó en el establecimiento y él se volvió al departamento con su hijo mayor. Allí, seguía el diablo agazapado, esperando una nueva oportunidad. No la desaprovechó. Quedaron en regresar a las 9 de la mañana del otro día. Sin embargo no aparecieron. Lo que paso después es producto de la investigación policial. Esa noche cuando regresaron, volvieron a encender las hornallas. Lo que no me acuerdo bien es si se fueron a dormir o la muerte los alcanzó antes. Lo cierto es que el escape de gas o de monóxido de carbono, no perdonó. Se los llevó a los dos.
Sobre el bar enteró aterrizó un mortal silencio. Después de un largo rato, mi amigo reaccionó:
-Es así nomás. Un día te viene a buscar y no hay con que darle.
Más tarde encendió un cigarrillo y se levantó. Tenía más impotencia que enojo. Nos vemos mañana, si es que el diablo no mete la cola antes, fue lo último que dijo aquella destemplada noche.

lunes, 1 de abril de 2019

MÁLAGA ES BUENOS AIRES ( LA DIVISIÓN PÉRDIDA DEL COLEGIO SECUNDARIO ENAM DE BANFIELD) - Primera edición - Barcelona-España

Málaga no es España. Málaga es Buenos Aires, Argentina, un bar de mala muerte situado en la avenida de Mayo, en pleno centro porteño, donde dos ex compañeros del colegio secundario, Ricardo Ramos y Silvio Fuentes, se reúnen un sábado a la noche. Desde allí partirán a una supuesta reunión de egresados que a lo largo de los años nunca pudo concretarse.
Ambos, además, comparten una promesa que se hicieron el día de su fiesta de graduación, cuarenta años atrás: vengar a sus compañeros desaparecidos por la dictadura militar. Ricardo y Silvio salen a la calle rumbo a la esperada cita, teniendo la certeza de que están a punto de emprender un largo viaje por aquel oscuro pasado, hoy habitado por fantasmas y quizá, todavía, por los cómplices civiles sobre quienes han jurado tomar revancha.

(Novela basada en las desapariciones de 31 alumnos secundarios del Colegio Secundario ENAM de Banfield (La División Pérdida) ocurrida durante la última dictadura militar, y en la complicidad y colaboración de las autoridades de la escuela en las mismas) 

Nota: La Novela ha sido reeditada en Argentina por Ediciones Colihue y está disponible en todas las librerías del país.  

lunes, 18 de marzo de 2019

AL UNÍSONO (2° PREMIO FUNDACIÓN VICTORIA OCAMPO - 2016)

"Paco de Lucía, el excelente guitarrista muerto prematuramente, es el eje transversal del cuento  "Al Unísono" de Claudio Gustavo Miranda, 
La inesperada revelación final que sorprende a los protagonistas y al lector es el ejemplo prefecto del cuento clásico que le hubiera gustado a Borges Conciso, sin desbordes y además, muy bien escrito".
María Esther Vázquez (Escritora - Asistente de Borges)

AL UNÍSONO
No tengo dudas. El mundo está lleno de gente improvisada, tipos que largan al viento la primera pavada que escuchan por ahí, sin tomarse siquiera el trabajo de chequear la fuente.  
Un ejemplo de lo que digo es mi amigo Ricardo Lentini. Resulta que viene un día y me comenta que un amigo común, Paco Benavente, se había muerto un par de meses atrás, a causa de una enfermedad. No sabía cuál. A él se lo habían contado en el club.          
Hasta ahí todo bien, bueno, no…en realidad, todo espantoso, horrible; la muerte de Paco, un amigo entrañable de la juventud, significaba para mí una pérdida invalorable. Lo que quiero significar es que, hasta ese punto, las cosas eran dolorosas pero verosímiles. En todo caso, el prematuro final de Paco formaba parte de las reglas del juego: Antes o después, la gente se termina muriendo.  
Lo inconcebible del asunto llegó un año después, cuando me encuentro con el supuesto finado caminando lo más campante por Avenida de Mayo, a la altura de Chacabuco, en pleno centro de Buenos Aires.   
Al verlo me quedé duró de la impresión. Él, en cambio, eufórico, vino a abrazarme.         
Recuerdo que aún en los brazos del que debía ser un cadáver, me juré condenar para siempre a Lentini en la lista negra de los charlatanes.     
Pasada la conmoción inicial, me puse felicísimo. Era como si delante de mis ojos se hubiera producido el milagro de la resurrección.        
Enseguida nos pusimos a hurgar en los recuerdos, algo borrosos al principio, pero que con el correr de los minutos fueron cobrando una vigencia pasmosa.    
No, no se llamaba Francisco, su nombre era Leandro, pero con los muchachos de entonces lo habíamos bautizado Paco, por el famoso músico español, Paco de Lucía.
Pobre, el gran maestro sí que había pasado a mejor vida, en Playa del Carmen, México, un mes atrás. Una verdadera desgracia.
Benavente tocaba la guitarra española como los dioses, era dueño de una técnica y una rapidez asombrosa. Además le imprimía a su música una onda flamenca que hacía recordar al guitarrista andaluz. Incluso hasta lo imitaba en su forma de vestir y de peinarse.         
Nunca le perdonamos en el barrio no haberse dedicado de lleno a la música, existía el convencimiento unánime de que hubiera llegado lejos, jugando en las ligas mayores de las guitarras, pero siempre minimizó esa posibilidad, se tiraba para abajo, decía que era un guitarrista del montón.
 —Paco, decime una cosa, ¿seguis tocando la viola?—fue una de las primeras preguntas que le hice.
—¿La viola? No, querido, ya no—se lamentó—. Hace años que la tengo arrumbada en el armario de mi cuarto. Calculo que la humedad la debe haber hecho pedazos.        
En un momento dado de la amena charla le propuse seguirla en algún café, si algo sobraban en la Avenida de Mayo eran justamente eso, bares y cafés, y si algo nos sobraban a nosotros, eran recuerdos. Además estábamos incómodos, a esa hora de la tarde la calle hervía y obstaculizábamos el paso, le gente, molesta, no paraba de pedirnos permiso. Nos movíamos para un lado y enseguida para el otro, y así todo el tiempo, como si estuviéramos ensayando los pasos de un insólito baile.
Con pesar, rechazó mi invitación. No le daban los tiempos, tenía que terminar un trámite no sé dónde. A cambio de eso, tomó nota del número de mi celular. Me prometió llamarme pronto para vernos algún día. Sin embargo, no se fue. Siguió hablando, ahora de vaguedades, cosas que sólo él recordaba.        
Mientras tanto, yo me debatía en el gran dilema. ¿Qué hago? ¿Le digo o no le digo? Algo me impulsaba a contarle la estupidez esa de Lentini, pero enseguida un stop, como un enorme semáforo en rojo se encendía y me hacía detener.
Evalué tres reacciones posibles de Paco: la primera, que no le diera importancia a la falsa noticia, incluso que se lo tomara en broma; dos, que le cayera mal y se quedara impresionado; por último, que se pusiera contento, por el viejo dicho aquel: “cuando alguien te mata antes, en realidad te está alargando la vida”.  
Y Paco que seguía amenazando con irse, pero no eran más que puros amagues, a último momento terminaba inventando una historia nueva para quedarse un rato más. En cierto modo, daba la sensación de que él también quería contarme algo y no se animaba.
En un momento dado se refirió con pesar al triste final de su ídolo.
 —Qué tremendo, viejo. El otro día se nos fue el gran Paco de Lucía—dijo con los ojos brillosos—. La música, qué digo la música, el arte entero está de luto. ¡Cómo admiraba al tipo ese! ¿Vos te acordás la vez que fuimos a verlo al Luna Park?
Le respondí que sí, que de aquel recital no iba a olvidarme por el resto de mi vida.    
—¿Y de Lentini? ¿No sabes nada?—cambió inesperadamente de tema.  
La pregunta me tomó desprevenido. Descolocado, no supe qué responder.  
Pero Paco insistió y entonces no me quedó más remedio que contarle la verdad:  
—Mira, Paco, te tengo que comentar algo, espero que no lo tomes a mal. A Lentini me lo crucé la primavera pasada y me dijo que te habías muerto, de una enfermedad. Sí, lo que escuchaste, muerto, fallecido, fiambre…Cómo quieras llamarlo. A él se lo había dicho un amigo, no sé bien quién. Que querés que te diga, dos boludos más grandes que una casa. Al final no hay con qué darle, la gente habla porque es gratis.         
Paco abrió unos ojos enormes y empalideció. De todas las posibles reacciones que había evaluado, por lejos se había impuesto la número dos.  Luego de largos segundos en los que no deseé otra cosa que me tragara la tierra, reaccionó y logró preguntarme:  
—Che, ¿En serio que te dijo eso?
Estaba a punto de hacerle una broma para aflojar un poco la tensión, cuando se me adelantó, de nuevo con una voz débil:  
—No me vas a creer, pero me dijeron lo mismo de vos. ¿Te acordás de Castiglioni? Me lo contó en mayo pasado. Dijo que fue en un accidente de tránsito. ¿Qué casualidad, no?
—Me estás jodiendo… 
—Te lo juro. Es raro que vos y yo…que justo a los dos…—y Paco no pudo terminar la frase, se quedó con la vista perdida en algún punto de la vereda de enfrente.   
 —Sí, los dos…qué casualidad, ¿no?—alcancé a decir y en ese momento me di cuenta que se me habían aflojado las piernas.
Hasta donde recuerdo, esas fueron las últimas palabras que pronunciamos.
Después nos quedamos paralizados, mirándonos a los ojos, como si hubiéramos
salido de un sueño, o entrado a uno. Una inesperada niebla empezó a bajar del
cielo. La ciudad se fue  desdibujando y un silencio raro se apoderó del aire. La palabra permiso ya no volvió a sonar. Los peatones ahora caminaban sin obstáculos. Todo se fue borroneando, y algo empezó a moverse, no sé si era la ciudad o nosotros, o los dos, pero en sentido contrario. Lo cierto es que de a poco íbamos quedando más lejos de todo. Y de pronto, del gentío oscuro y distante, emergió una figura luminosa, que con musicalidad empezó a caminar en dirección nuestra. Cuando lo tuve cerca, comprobé que el tipo era igualito a Paco… ma que igualito, ¡era el verdadero Paco de Lucía! Traía una hermosa guitarra.
Al pasar frente a nosotros, el maestro nos dijo con una sonrisa en los labios:  
—Hola, muchachos, ¿cómo andan? Que alegría verlos por acá.  
Los dos, al unísono, levantamos lastimosamente una mano, a modo de saludo.  
CGM
Agosto 2015



lunes, 21 de enero de 2019

EL DÍA QUE MATÉ A DIOS

Diez y nueve años recién cumplidos. Venia mal, pésimo. No me había recuperado de las desapariciones de mis amigos del secundario, chupados por una patota del ejercito durante la última dictadura militar. Encima no sabia que hacer con mi vida y para colmo de males, me había abandonado una novia a la que quería mucho. Me dijo que me dejaba porque estaba confundida, lo que traducido al español significaba que se iba con otro otro tipo. Mi madre me veía tan tirado que me mandó al psiquiatra, pero el doc no daba pie con bola, un poco por mi, por mi silencio en lugar de palabras y otro poco por él, por su exceso de pacientes que lo hacían dormirse en plena sesión.
Un jueves, a la salida del psicoanalista dormilón, pensé en quitarme la vida. Entonces las imágenes de las vías del ferrocarril Roca se me dibujaron en el aire. Allí estaban, delante de mis ojos, esperándome. Era el cruce de la calle Cabrera con Godoy Cruz. Se ve que el instinto de conservación me llevó a pensar en otra posibilidad. Un manotazo de ahogado: La iglesia a la que había dejado de concurrir desde los quince. Hablar con un cura, darme el alivio que necesitaba para seguir adelante. 

Entré a la parroquia del Sagrado Corazón de Banfield cerca de las 4 de la tarde. Había dos personas adelante mio en el confesionario. Hice la cola. Cuando llegó mi turno el sacerdote, un tipo de mediana edad, pasado en kilos, me cerró la puerta en mi propias narices. Por hoy terminamos, dijo. Es algo urgente, padre, supliqué. Por hoy terminamos, repitió. Vuelva mañana, hermano.
Salí del templo aguantándome las lágrimas. Pero no fui al paso de la calle Cabrera-Godoy Cruz. Ya no había necesidad de seguir derramando sangre. Aquella tarde con un muerto bastaba y sobraba. Adentro mío acababa de matar a Dios. Para siempre.
(De mi biografía, porque todos, escrita o no, tenemos una.)

Parroquia del Sagrado Corazón de Banfield

lunes, 15 de octubre de 2018

RAYMOND CHANDLER Y UNA PREGUNTA INSIDIOSA

¿Qué hace usted consigo mismo días tras días? 

Esa fue la pregunta insidiosa que recibió el escritor Raymond Chandler de parte del corresponsal del New Liberty Magazine, Alex Barris. El maestro Chandler que acaba de cumplir 61 años y que ya hacía como diez que había parido a su inolvidable personaje de Philip Marlowe, le contestó a través de una carta, el 8 de marzo de 1949, con una respuesta tan brillante como contundente:  


"Escribo cuando puedo y no escribo cuando no puedo; siempre por la mañana o en la primera parte del día. De noche se le ocurren a uno ideas brillantes, pero no son duraderas. Esto lo descubrí hace mucho tiempo. Le debe resultar bastante obvio a usted que yo mismo manejo la máquina de escribir. Cuando se tiene que consumir la propia energía para registrar palabras, es más fácil que uno la haga valer. Eso sí, aguardo la inspiración, aunque no la llame necesariamente con ese nombre".      

martes, 3 de julio de 2018

CARVEN-FORD / FORD-CARVEN: UNA AMISTAD ENTRAÑABLE


Richard Ford, por su paso por la feria del libro de Buenos Aires de este año, se refirió a la amistad que lo unía a Raymond Carver:  

"Las amistades literarias suelen ser volátiles pero la mía con Raymond Carver no lo fue. Fuimos maravillosos amigos. Nos conocimos en 1977 y nos hicimos íntimos. Me enamoré de él. Era generoso y gracioso y atractivo. Él estaba dejando el alcohol. No estaba bebiendo, pero había dejado hacía poco. Y tenía que escapar de su ambiente de bebedores, de sus amigos y de su esposa. Me conoció y yo estaba como ahora, vestido como un chico de la fraternidad, tenía una esposa, una casa, no tenía hijos que odiaba y creo que vio algo que quería ser. Era una vida distinta a la suya. Se mudó a mi casa y lo cuidé un tiempo. No necesitaba tanto cuidado: necesitaba colaboración. Leía mis cosas y me decía que le gustaban, aunque no creo que fuese verdad. Nos entendíamos. Los dos éramos de la misma parte del país, de familias parecidas: teníamos modos de ver la vida comunes. Después conoció a Tess, la poeta, su esposa y ella dominó su vida: lo amaba. Hicieron una vida juntos. Hace 30 años que está muerto y lo extraño. Me alegro de que en Argentina se lo recuerde. Me enteré de que vino a Rosario, por ejemplo. No se habla mucho de él en el mundo o en Estados Unidos."

sábado, 23 de junio de 2018

miércoles, 14 de febrero de 2018

¿POR QUÉ DUBLÍN AL SUR?

Había que venirse hasta acá. De algún modo había que llegar. Eso me quedo muy claro desde que lo leí por primera vez, allá por la década de los ochenta, "Dublin al Sur" de Isidoro Blaisten, uno de los libros de cuentos más trascendentes de la literatura Argentina.
Recuerdo que pasada la conmoción inicial de la lectura de Las Tarmas, La Puerta en Dos o del mismísimo "Dublin al Sur" que cierra el libro, entre otras inolvidables historias, me prometí que algún día me iba a venir.
Por algún motivo que aún desconocía, era necesario caminar las mismas calles que alguna vez caminó Esteban Dedales.
Es que otra de las cosas que me había quedado claro de entrada, convicción reafirmada en las posteriores lecturas a lo largo de los años, era que el título del libro no era justamente eso, un simple título puesto de compromiso, robado de uno de los relatos que integraban la edición, sino que algo más profundo se escondía detrás de él. Pero, ¿Qué cosa?
Años antes de su muerte, Isidoro Blaisten contó en un reportaje, el por qué de "Dublin al Sur, confirmando así mis sospechas iniciales.
Desde entonces, llegar hasta acá se transformó en una jodida obsesión que felizmente hoy logré cumplir y que tal vez, en una de esas, me ayudó a comprender todo. O casi todo.
Claudio Miranda
13/09/2017 - Bar Victoria - Av O'Connell - Dublín - Irlanda del Sur.


¿Por qué Dublin al Sur?
"¿Qué tiene de Buenos Aires? Yo le puse el título genérico de un cuento y en ese sentido formo parte de una tradición clásica que suele elegir como un título genérico del libro un cuento que no tiene porque ser el mejor, pero que le da el espíritu general de esos universos cerrados que son los cuentos. Desde Dublineses de Joyce, ese nombre está cargado literalmente. Es algo así como un espacio mítico donde se cruzan el sueño individual del artista con los deseos colectivos.
Yo no conozco esa ciudad. La vi desde las costas de Inglaterra. Pero Dublín representa para mi la sublime terquedad del artista. Es juntos Joyce con Gardel, yo amo a los dos.
Dublín para mi es lo que ahora se llama y no sé por qué, utopía. Prefiero la palabra poética a la que alude Heidegger, la fundación del ser por la palabra.Vos no sos nadie si no has pronunciado esa palabra. Dublín es el deseo, romper la rutina a que te tienen condenado. Es la poesía, confesa o inconfensa que todo ser humano conserva. No sé, una línea, un poema, algo que lo redima de un mundo regido por la estupidez."
Tal vez Dublín para mi sea esa esperanza.
Isidoro Blaisten
Buenos Aires, 1999 



        

miércoles, 29 de noviembre de 2017

UNA ENFERMEDAD INCURABLE

¡Ay, la pobreza! ¡Que burla más cruel! Ni bien empezó a transitar las callecitas del miserable barrio, fue lo primero que pensó el ingeniero Artemio Marinelli. El degradante paisaje que se levantaba frente a sus ojos era prácticamente un calco del presenciado la última vez, quince años atrás. 
Las diferencias las podía contar con los dedos de una mano o con menos que eso: Calles asfaltadas a los ponchazos en vez de la tierra o el ripio; ladrillos sin revocar y desprolijas lozas, en lugar de chapas oxidadas. Y para de contar. El resto seguía teñido de la misma precariedad y desaliño. Los zanjones con aguas servidas seguían allí, inalterables, salpicando de indignidad a sus habitantes. 
No había hecho ni dos cuadras cuando se rectificó de aquel pensamiento. Una burla cruel no, la pobreza es una puta enfermedad. Incurable. El que nace pobre, se muere pobre. Si tienen hijos, van a ser pobres y si hay nietos, también pobres como las ratas. Y los bisnietos y los tataranietos. Y así siempre. Una continuidad perversa e interminable. 
La pobreza. Enfermedad incurable y además, hereditaria. No existe remedio que pueda curarla ni vacuna que la pueda prevenir. Afección creada por los ricos en un laboratorio de ricos desde tiempos inmemoriales para que estos sean todavía más ricos y los pobres más pobres aún. Otra que el cáncer. Al menos el cáncer te mata rápido o relativamente rápido. La pobreza en cambio te va liquidando todos los días un poquito, te va minando con infinita paciencia las fuerzas físicas y espirituales. Es como un vampiro prendido a la yugular que te va chupando la sangre en cómodas cuotas, pero siempre asegurándose de dejarte un mínimo caudal corriendo por las venas, cosa que cuando regrese al rato, siempre le quede algo para seguir succionando.  
Pobreza y parca formaban una sociedad sin fisuras. Estaban coordinadas con siniestra perfección. Cuando una finalmente llega, la otra se encarga, ahora sí, de exprimirte hasta la última gota. Dejarte seco como una hoja en pleno otoño. Y eso de que todo sufrimiento por fin culmina en el crucial instante de la partida de este mundo, estaba por verse. En una de esas la pobreza no se moría ni con la muerte. Por ahí, atravesado el temible umbral, seguía vivita y coleando, porque eso de que el cielo es el reino de los pobres era por esos días, para el ingeniero Artemio Marinelli, una verdad discutible. De a poco, el paso de los años le habían ido arrebatando todo, hasta la fe religiosa.
 

CGM
(Capítulo de mi segunda novela: "Sálvese Quien Pueda")
Claudio Miranda - Berlín 9/2017