miércoles, 14 de junio de 2017

UNA CHARLA CON ORLANDO BARONE LUEGO DE DOS AÑOS DE SILENCIO

Dos años o casi, es mucho y poco tiempo a la vez. Algunos se le va la vida por un un sólo día sin aparecer en los medios. 
Lo primero que le pregunto a Barone es si se anima a esbozar su propia semblanza. Lejos de hacerse el desentendido, acepta el desafío sin mayores problemas:   
"Ojalá pudiera decir “Soy el que soy”, pero eso le corresponde solo a Dios. Apenas si soy el que todavía no es. Porque cualquiera que todavía respira se está haciendo. En Wikipedia hay alguna semblanza con errores, omisiones y mezquindades que no aspiro a corregir. Y que deseo nadie lo haga. Pero sí, diré, que nací el 5 de octubre de 1937 a las siete de la mañana, en la Boca, a media cuadra del Riachuelo. Mi nombre autenticado y bautizado es José Orlando Barone, con  el que espero me vaya. La amputación de José fue un capricho adolescente porque como en mi familia había dos o tres José adultos a mi me decían “Josecito” y el diminutivo me acomplejaba. Qué lindo me vendría que en la lápida se leyera: ¡Chau Josesito, José y José Orlando! La posverdad-como se estila-asegura que soy un ex panelista de 6,7,8 y que en 2010 la revista Noticias me distinguió como el “ peor” periodista del año. Que eso no falte de mi retrato. Que tampoco falte que nunca recibí un premio Konex ni un Martín Fierro. Pero en alguna línea hay que decir que a fin de los años sesenta obtuve el Premio revista Suburbio, de Avellaneda, con mi primera tentativa como cuentista. Los otros premios son accesorios.    
Entre mis actuales opiniones, nada originales, están: la creencia y certeza en el suicidio de Nisman, en la llegada del hombre a la luna y en que Gardel canta cada día mejor. No protagonicé ningún acto de heroísmo ni de entrega sacrificial. No me da el cuero. Pero me da para no vivir pendiente de la adicción de figurar".

A Orlando Barone lo conocí en agosto del año 2005. Fue la semana siguiente a las elecciones legislativas en la que el Frente Para la Victoria ganara con amplitud. Por esos días Néstor Kirchner empezaba a convertirse en el mito político que es hoy para una buena parte de la sociedad. Fue un martes o un miércoles, no me acuerdo bien. Lo que si recuerdo perfecto es que era un día soleado, de temperatura agradable, algo así como un adelanto de la primavera por venir. 
Unos días antes del encuentro, había dado en internet, de pura casualidad, con la dirección del correo electrónico que supuestamente le pertenecía. Le escribí sin demasiadas esperanzas de recibir una respuesta. 
A los 16 años había leído aquel mítico libro del cual él había sido el gestor: "Dialogos". Un milagro literario. ¿Cómo llamar si no a eso de juntar a Borges y Sábato para un libro, con todas las diferencias políticas y literarias que venían arrastrando a lo largo del tiempo.  
Aquel libro significó mucho para mi en la adolescencia. Las razones no vienen al caso, pero yo tenía la imperiosa necesidad de hablar con el autor y hacerle algunas preguntas que me habían desvelado y que todavía hoy me siguen dando vueltas en la cabeza.     
Me equivoqué. Contra todos mis pronósticos, Barone me respondió con unas afectuosas líneas, un par de días después. Quedamos en encontrarnos a la salida de Radio Continental, a eso de las 12 del mediodía (yo me escapé del laburo). Por entonces Barone tenía una columna en el programa de Víctor Hugo Morales, quien todavía no era el Víctor Hugo que conocemos hoy. 
Terminamos tomando un café en el Bar de la esquina. Estuvimos hora y media o más. Desde entonces nació entre nosotros una sólida amistad, fundada en la literatura, la pasión común, y la política: muy rápido nos dimos cuenta que pensábamos igual, que estábamos , convencidos que la política, a pesar del intento diario de bastardearla, seguía siendo la única herramienta posible para transformar la realidad. Que nuestra profunda convicción tenía que ver con un país inclusivo, justo en lo social y soberano en lo económico. 
No tuve dudas: estaba en presencia de un francotirador infiltrado en la líneas enemigas: el diario La Nación, Radio Continental, sólo por nombrar algunas trincheras hostiles al pensamiento nacional. 
De aquel primer encuentro recuerdo la no urgencia, la placidez de un sol calmo que atravesaba el grueso ventanal del café y que se estrellaba de lleno en nuestros rostros pero que lejos de ser agresivo, parecía regalarnos caricias. Recuerdo también el tiempo, que no era tiempo adentro del boliche aquel, las agujas del reloj que misteriosamente habíamos logrado anestesiar con nuestros comentarios y reflexiones acerca de libros y autores.  
Y me acuerdo, por sobre todas las cosas, del anonimato de Barone. Su pluma y su voz eran reconocidas para un respetable grupo de lectores y oyentes, pero su cara, una completa desconocida para el gran público. Nadie aquel mediodía, desde las mesas contiguas del bar, lo observaba, ni más tarde en la calle, cuando caminamos juntos un par de cuadras. Presumo que ocurrió lo mismo unos minutos después con el chofer, cuando luego del apretón de manos nos despedimos y lo vi subirse a un taxi. 
Estoy convencido que de aquel, nuestro primer encuentro, él debe recordar casi lo mismo que yo, en especial, el glorioso anonimato que aún conservaba y que años más tarde añoraría.  

Le pregunto como se siente desde el retiro que se autoimpuso. Me corrijo enseguida, le digo si en realidad más que un retiro no se trata de un exilio: 
 -A mis casi ochenta años y con salud lógica y biológicamente imperfecta se tiene a considerar a mi retiro de los medios ( sobre todo de la tele y la radio)como una suerte de despedida o autoexilio) y sin embargo no debería sorprender. Porque ¿Qué se espera, que el tiempo me dé más cuotas de crédito o más longevidad la vida, o que me desespere frente al espejo por abstinencia de protagonismo público? Si la mayoría de la gente se jubila entre los sesenta y sesenta y cinco años –salvo en nuestra Corte Suprema donde a algunas/os de sus miembros se les puede permitir simular estar en actividad hasta en estado de momificación o embalsamados. En mi caso ir esfumándome serenamente a los ochenta debería resultar tan previsible como es previsible que, ya y desde cada vez más cerca, me esté haciendo señas ese fantasma oscuro y desconocido que nos está reclamando para un nuevo viaje. Seré más claro en mi respuesta: ¿Por qué retirarse o abstenerse de la exposición pública sería despedirse de la vida?  ¿Qué se piensan, que no leo en casa, que no escribo, que no frecuento amigos, que no tengo familia, que no voy al teatro o al cine o a un concierto, que no caliento ideas nuevas, que no analizo el contexto, que no me inquieta la realidad, que no me aburro y que no recuerdo y olvido lo que no quiero recordar?  Eso que me dieron la tele y la radio son adhesiones y entusiasmos  episódicos y partidarios desproporcionados; y lo que me quitaron es la anónima libertad de poder observar a mi alrededor sin que el alrededor me observe y limite mi libertad de observarlo. Un rato más y ya nadie se va a acordar si yo era de “6,7,8” o de Intratables. O panelista del programa de Majul. Ahora, al cabo de casi dos años de autorefugio, estoy empezando a ganarme a favor mío y sin tener que vestirme de periodista público. Lo disfruto escribiendo a solas y para mi mismo. Me siento como “Pichuco” cuando le dicen que se fue del barrio y canta:  “ Pero si nunca me fui, si siempre estoy llegando”.
Ahora quiero saber acerca de su infancia, cómo fue, de cómo llegó a la literatura o la literatura a él, de la idea de ser periodista....    
La infancia. El equipo de fútbol del barrio. Barone es el de abajo, en el centro.
-Mi infancia está lejos y cerca, y siempre me interpela acerca de cómo la fue defraudando el realismo de mi adultez. El niño que fui no me aprueba. Uno pierde y maltrata sueños para sobrevivir. El niño que fui tiene que estar fundadamente defraudado. Fui tan feliz en La Boca, mi barrio, viví a la vuelta de la bombonera a un paso del Riachuelo. Aprendí a leer con los curas a los cuatro años. Entré a la escuela a los cinco. En casa me trataban como a un genio: mis abuelos murieron antes de que yo fuese adulto y se salvaron de sentirse decepcionados. Mis padres me vieron envejecer todavía creídos en que mi cierta notoriedad en el periodismo eran aproximaciones de aquella supuesta genialidad precoz. A la infancia casi todos, hasta los más desgraciados, le confieren el lugar de la nostálgica felicidad. En mi caso fui vertiginosamente feliz en la época de Perón y Evita. Participaba en sus campeonatos infantiles. Fue-siento- la de la más grande inclusión social y económica.  Mi padre era empleado jefe en La ex Compañía Italo de Electricidad y mi madre en casa no como ama sino como anfitriona. Hasta una decena de amigos venían invitados a comer las mejores milanesas del barrio. Vivíamos sin privaciones básicas. Desplazamos la heladera a hielo por la eléctrica Siam; eramos dos hermanos y una hermana y nos compraban la ropa en Gath y Chávez a crédito. Pasábamos veinte o treinta días de vacaciones en Mar del Plata; ibamos semanlmente al cine, a comer cada tanto afuera a alguna cantina del abasto. Era “adicto” a la calle y al deambular por baldíos. Mucho fóbal barrial, patín, bicicleta, vagabundeos por la costa del río en Núñez. A los diez años gané el certamen de composición en las Olimpíadas infantiles del club Ríver. Y en la escuela mis composiciones sobre distintos temas eran elegidas como las mejores. Leía mucho y sobre todo cuentos de diversas colecciones de Mark Twain, Salgari, Horacio Quiroga, Jack London. Me gustaba recitar versos y poesías y me designaban para eso en los actos patrios. Iba entendiendo que esa parte escénica me distinguía y los elogios de mis amigos del barrio lo confirmaban. No sabía qué era ni de qué se trataba la literatura pero intuía el encantamiento que provocaba. ¿El periodismo? No sé. Lo ignoraba.  Como me gustaría ignorarlo ahora, aunque ya estoy cautivo.  Sé que soy injusto con el oficio que me dio de comer y me enseñó a no escribir sobrantes sino lo significante y lo justo. Es cierto que también el periodismo me instigó a mentir y no siempre me negué a escucharlo. La diferencia con la literatura es que esta miente para decir alguna verdad. O para buscarla. Hace ya tiempo escribí esto:
Lo extraordinario de la mentira es que no es mentira. Es cierta. 
Le pregunto por sus inicios como escritor:
 Debía sentirme muy deprimido cuando con poco más de veinte años escribí una novela o relato largo que titulé solemne y funerariamente: “Egocidio”. Se lo envié a Ernesto Sabato ( de quien había leído El Túnel) quien, probablemente preocupado por mi inminencia trágica, me contestó para que fuese a verlo y me curé: tiré mi relato a la basura sin ningún arrepentimiento y gracias a él empecé a conectarme con otros aspirantes a escritores y con talleres literarios. Ya leía mucho y desordenadamente. Me marcaron y resultaron movilizantes “ El vino del estío” ( Bradbury), “Adan Buenos Aires”, Marechal; “Fervor de Buenos Aires” Borges; “Facundo”, Sarmiento; “Trópico de Capricornio” Henry Miller; “El cuarteto de Alejandría” Durrell; y otros igualmente inolvidables. Ah, “El coloquio de los perros” de Cervantes y Emile Zola y …Marcaba esos libros, me alentaban. Y a la vez me desanimaban porque presentía que siempre los miraría desde más abajo. Ya mismo me siento culpable de omisiones y olvidos. Marck Twain metiéndome en los pantanos del Missisippi, Melvielle haciéndome enfrentar con Moby Dick, Poe sofocándome en  un emparedamiento vivo. Y ¡Cómo no acordarme de Enrique Molina y su incomparable “La sombra donde sueña Camila o`Gorman!” obra reveladora anticipatoria del posterior reconocimiento de esa historia de pasiones herejes y represiones sociales. Y basta. Según mi madre, ya anciana, a los cuatro años yo mientras estaba en cama con sarampión escribí en un cuaderno un cuento de un chico escapando de un tigre. Se perdió en alguna mudanza. Nada se pierde, todo se transforma. Estoy seguro que en la transformación en no sé qué, el cuento pierde su nobleza original. ¡Ven? Ya siento el remordimiento de no haberme acordado de las “aguafuertes” de Arlt, del “mordisquito” de Discepolín que escuchaba cada día en la radio. Ah, y de un poeta de época –Héctor Gagliardi- del que me enorgullece memorizar algunos de sus bellos poemas sentimentales. ¿Y Joyce y Shakespeare y Dante, Papini, Moravia, Calvino, Curzio Malaparte, y Balzac, Victor Hugo, Alejandro Dumas; y el diccionario, que se había convertido en un juego de competencia con mi hermano menor desafiándonos a ver quien sabía el significado de más palabras. Había páginas enteras en que no pegábamos una. Pero cómo íbamos a acertar si a esa edad de la pubertad hablaríamos apenas con un vocabulario de mil palabras. Y a lo mejor exagero. Sí exagero en todo. Porque sublimo tanto a aquel niño que ya no soy que esto que soy me desilusiona.
-¿Y los primeros premios literarios que ganaste? ¿Alguna vez te la creíste?
-Nunca, nunca de los jamases me creí los premios literarios. No me creo nada. Tampoco creo cuando se los entregan a otros.  Sospecho del elogio y hasta de los mejores besos. Soy tan desconfiado que actúo como  un catador de besos. Los que menos me gustan son los de fin de año: ese besuqueo obligatorio, indiscriminado e impersonal rodeado de guirnaldas y fuegos artificiales. Y no pocas veces de parientes casuales y de circunstaciales conocidos cuyo nombre ni caras ya recuerdo.  
Le hago notar que casi no quedan los escritores que sólo hablaban a través de su obra. En la actualidad, cada vez hay más tipos que se desesperan por estar en los medios todo el tiempo, pareciera que su oficio es hablar y no escribir...
-El escritor va siendo consumido por el mercado y según su comportamiento público aumenta su capital accionario. Más notoriedad o popularidad acrecientan, más deben llamar la atención del público. El marketing los empuja a la búsqueda del título seductor no importa si representa el contenido. Y el exponerse fuera del libro los condena a ser reales y terrestres. A la larga, si son bendecidos por la suerte del best seller, cada vez que hablan aterrizan a la obra y ellos se vuelven
explicadores de sí mismos, como yo ahora.
Le recuerdo que en su libro de Cuentos "Sólo Ficciones" (2010 - Editorial Sudamericana) escribió un prólogo que es un encendido alegato en favor del cuento. ¿Por que el cuento necesitará ser defendido y no la novela?   
¡Qué bueno ese texto mío sobre el cuento! Arbitrario sí; a lo mejor injusto. Pero qué bueno, me digo con desequilibrada pero merecida jactancia. Hay toda una saga de definiciones del cuento. Para mi el cuento es un cuento contado para
contarse como se cuenta un cuento. A los bifes, sin perder el tiempo y sin moralejas. Cuando un padre le cuenta un cuentito al nene para que se duerma trata de contarlo rápido para no dormirse él antes que el nene. Y tiene que ser claro, no dejarle dudas para que no se le ocurra preguntar y alargar el insomnio. ¿ Y la novela? Es una novela. Con todo lo que novela la novela y con todo lo que a veces le sobra de extensión, gratuidad y artificio. Pero cuando la novela es más que una novela es “La montaña mágica”, “El jugador”, “Rojo y negro” o “Pedro Páramo” y “El juguete rabioso”. No, claro que no, la novela que es novelita brota fácil como la soja en la pampa húmeda. Dá réditos rápidamente pero deja un tendal de lectores inundados, dañados por agrotóxicos y  el suelo de la literatura superficialmente roído. Digamos que el cuento es una íntima salita de estar, no un living y recepción con balcón terraza, y es una isla y no un archipiélago.  
-A veces-arriesgo-. en los escritores existe una sobre valoración  del lector, hablan de él como si lo conocieran. Escuchamos todo el tiempo frases como el lector cómplice, el pasivo, el activo...
-Que los escritores se dejen de hablar y se dediquen a escribir. Tanta masturbación con el supuesto, posible, probable o improbable lector, sujeto activo, pasivo crítico, cómplice, lo que sea que sea es un obscena consideración lombrosiana. Es la que se usa: el autor escribe para un determinado y planeado lector. ¿Y por qué está mal darle al cliente el plato que se sabe le va a gustar? Los algoritmos ya delatan hasta la forma en que ese supuesto y anunciado lector lee: a la noche, en la cama, tirado en el diván, sentado en el escritorio, durante los viajes en subte o en tren, mientras come en el restó a la vuelta del trabajo…si lee veinte o cincuenta páginas de un tirón, si  lo que más le atrae son los libros que les atraen a los otros, y los que más le interesan son los están en la tendencia cultural o en los comentarios de la prensa o lee algún famoso. Escribir pendientes de ese objetivo estrecha la libertad del autor y la limita a ese objetivo. Lo paradojal es que escribir es un soliloquio reservado al que soliloquia hasta tanto se publique en libro lo que escribe. Pero esto que digo es una antigüedad de cuando la antigüedad no era líquida como la modernidad y de cuando un escritor imaginaba una historia sin calcular a quién le podría interesar. Pero es lo que hay. Y lo que hay son los medios que tienen sus fines. La fama es puro cuento o es gloria pero excepcionalmente. Me pregunto: ¿ Quién se acuerda hoy tantos de escritores que estaban hace tiempo en la cima del éxito y la demanda? No doy nombres. Que cada uno haga el balance de sus propios olvidos. Personalmente, porque los conocí de cerca me acuerdo de Abelardo Arias, Petit de Murat, Maria Esther de Miguel, Manauta, Cesar Tiempo… Sí es el tiempo. Que pasa y borra. 
Retomo mi obsesión. Le vuelvo a sacar el tema; aquella reunión cumbre entre Sabato y Borges que quedó plasmada en su libro "Diálogos"... 
 Me contradije y sigo contradiciéndome cada vez que menciono ese encuentro y ese libro. ¿Será que la frecuencia de la contradicción es la mejor coherencia? No se. Tampoco se opinar sobre esos diálogos nada mejor que lo que opina quien los lee. Ahí están. ¿Y si no son diálogos sino dos monólogos de sendas voces empeñadas en ser unidas por un intruso llamado Orlando Barone?
Ni se les ocurra ir a preguntarle a María Kodama. Es raro que no le guste. Si ella no figura en el libro. Ah, no figura. Ahora entiendo.
No soy capaz de ser justo con mis  hijos ni mis perros, tampoco conmigo; menos podría ser justo con Sabato y Borges. No hablo ya de algún equilibrado y sensato sentido crítico de los que, respecto de otros carezco, sino de ser justo en el recuerdo.
A esta altura ya está siendo escrita hace rato la historia de ambos y la balanza los diferencia. Uno de los platillos pesa con más luz que el otro. O con  luz más intensa.  En la balanza, un platillo pesa con literatura y poesía exclusivamente; mientras que el otro pesa menos literariamente que  en el compromiso social y político. Con sus inestables opiniones aquel platillo trasciende más peso que este.  Así lo afirma el fallo que la humanidad produce sobre Borges y Sabato. Fallo influido y fundado con las intromisiones de la genialidad o la menos genialidad, pero también con las del mercado, la política, el partidismo, los caprichos y la crítica y las sinrazones humanas argentinas o universales.
No soy yo quien pueda decir si ese fallo es o no justo. Pero es el históricamente visible hasta ahora.
Sé que el único derecho que tengo a opinar, desde mi lugar de privilegiado testigo durante los encuentros para el libro “Diálogos Borges-Sabato- es el del transitorio silencio.
Si después, en el más allá, los tres volvemos a vernos será el momento de poder decir y expulsar lo que siento como una cascarilla de pan en la garganta.
Ignoro si en sus propias gargantas ellos reniegan y se fastidian de alguna cascarilla o de un trozo de corteza más agresiva e incómoda que la mía.
Pero voy a ser justo. Porque allá, en ese “no tiempo” divino o infernal, ninguno de los dos me va a correr con requerimientos de más admiración hacia uno u otro. O alentándome a objeciones que pudiera endilgarles con más malicia a aquél  que  a éste. Esperaré ese reencuentro.
Pero soy impaciente, y a lo mejor se me escapa una catarsis inocua.
Durante aquel diálogo compartido, los tres nos comportamos franca y éticamente. De entrecasa, digamos, con simpatía a simple vista espontánea. Con la última frase, al cerrarse la última página del borrador original de aquel libro, sé que entre ambos comenzaron los recelos y las malicias. No me convence la leyenda de que el entorno de cada uno de ellos –sean de amores y amadas o de conspiradores próximos a sus oídos- los fue regando de instigaciones. Porque Borges y Sabato eran personas maduras ya entonces. Y polemistas excepcionales y hasta feroces.  No parecían vulnerables a suspicacias ni presiones.
Creí y sigo creyendo que durante los meses del diálogo se esforzaron en sentirse cercanos a pesar de ser tan distantes. Tan químicamente insolubles. No fui ajeno a  ese clima cálido y amable. Tuve que despojarme de mi  pueril narcisismo para lograr en el libro ser nadie. Si me lo proponía ellos me habrían permitido ser un poco alguien. Y hubiera sido inmerecido. Mi conclusión es que entre esos dos grandes ser nadie es lo más justo.
Durante muchos años, solitario sobreviviente de aquel encuentro, reprimí con esfuerzo los deseos de aclararnos ciertas confusas confusiones. Sean con reproches o con alabanzas.  Pero con bastante protocolo y alguna hipocresía contuve mi deseo de decirles –de decirnos cara a cara-  lo que entonces hubiéramos podido decirnos.  Espero que allá, donde nos reencontremos, no haya rangos y fronteras humanas ni limitantes. Será justo que ellos me digan lo que no me dijeron ni se dijeron. Que se olviden, conmigo – y entre ellos- de la cortesía y de la prudencia callada. Y una vez que me digan en la cara lo que mi cara les inspira, me tocará a mí darme el gusto. Me quitaré la cascarilla atravesada y me animaré a putearlos. Dócil y agradecidamente.
Una puteada literaria: borgesiana y sabatoniana.
Esa será mi modesta jactancia.
Los medios de comunicación... ¿Estaremos condenados a que nos sigan mintiendo y lavando la cabeza por siempre? ¿O existirá un antídoto para esa tragedia?
Algo huele mal en Dinamarca-mal citando a Shakespeare- si los medios siguen 
considerándose el tribunal supremo de las democracias. Por ahí leí un sarcasmo 
argentino que muestra las  imágenes de un televisor y una heladera y nos 
pregunta: “¿ Cuál de estos eléctromésticos elige, la teve que nos dice desde el 
living, nos llena la cabeza con que todo está fenómeno, o  la heladera de la cocina
 que está cada día más vacía?”.  Seré cínico: somos capaces de hacer dieta de 
comida pero ninguna dieta de tele. A esta otra pregunta: ¿ tenemos anticuerpos 
para defendernos del poder de los medios? La mayoría debe pensar que sí, 
porque nadie se presume estúpido o no inteligente. Por las consecuencias que se 
advierten en nuestro comportamiento social, político, ético etc, esa mayoría- y me 
incluyo- tiene sobre si misma una opinión infundada. 
No puedo dejar de preguntarle acerca de la situación  política actual en Argentina. 

¿ Cómo veo la situación política actual? ¿Y a quién le podría importar cómo la veo si solamente tengo dos ojos? Está esa palabreja últimamente de moda: “ complicada”. Sirve para todo: desde considerar una complicada situación de la pareja hasta para calificar la complicada situación del planeta y el universo. Metido como uno está en esa realidad cuanto uno siente y piensa está atosigado de esa realidad. Si uno opina desde la torre no ve lo que está abajo y si opina desde abajo no ve lo que se divisa desde la torre. Y yo estoy, como tantos, sentado ante el televisor y la computadora buceando en las redes un hipotético tesoro de la verdad que nadie encuentra. Cuando Norberto Bobbio dice que es mejor ser “ Un pesimista inteligente que un optimista ignorante”  sabe que él, y sobradamente, se podía dar el lujo de ser pesimista. No es mi caso:soy ignorante. Así que tengo esperanzas en  mi optimismo. 
Claudio Miranda

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