jueves, 15 de junio de 2017

UN CUENTO DE PABLO MOURIER: EL CHINO Y EL HUESO

Nos acostumbraron a pensar en grande aunque tengamos la estatura de una hormiga. ¿Será por eso que no reparamos en las cosas pequeñas? ¿Será ese el motivo por el cual dejamos pasar ciertos detalles sin penas y sin gloria? 
¿Acaso alguna vez nos preguntarnos por qué nuestra mascota, un dulce gatito siamés, a menudo observa fijamente un rincón del comedor, en donde no hay otra cosa que la nada misma. Pero, ¿Qué ve él que no nosotros no alcanzamos a distinguir?  
Y por si fuera poco, también nos volvieron cómodos. Nos han dejado al alcance de la mano un menú de repuestas que sirven para responder cualquier situación que se nos presenta.  
Por suerte, de vez en cuando, muy de vez en cuando, aparecen escritores como Pablo Mourier (Buenos Aires, 1960) que nos recuerdan que la vida no es lo que aparenta ser, que detrás de sus gruesas telarañas, se esconden otras realidades. Pablo, a través de las palabras y las frases que hilvana con maestría logra atravesarlas y dejar al descubierto un sin fin de mundos paralelos. Historias inconcebibles que se parapetan detrás de los hechos más comunes y cotidianos.  
El cuento que se transcribe a continuación, "El chino y El Hueso" es un fiel exponente de esto.    
Su publicación en este blog cuenta con la amable autorización de Pablo, y desde ya, es un verdadero honor que forme parte del universo de los Los Libros Náufragos. 
Por último, el mismo integra el libro de cuentos "Venganzas Sutiles" (Editorial Barenhaus, 2016).
Gracias Pablo por tu generosidad!!!
Claudio Miranda. 

EL CHINO Y EL HUESO

El Chino era policía. Botón, cana, yuta, rati, gorra, vigilante; era todo eso sin tener ninguna vocación para serlo. En el barrio juraban que se había hecho cana para estar en la cancha los días de partido. Puede ser que fuera cierto, porque a poco de entrar pidió el pase a la División Perros. Eso le aseguraba estar más cerca de los jugadores, casi en el banderín del córner y pegado al alambrado, como los pibes del barrio, pero del lado de adentro. Poco le importaban  las puteadas, las escupidas y las botellas con meo.
Una vez casi lo matan a patadas, cuando se metió en la cancha para abrazarse con el siete, la tarde aquella del memorable gol olímpico. La turba tenía razón en estar enardecida: en medio de los abrazos el perro del Chino había mordido la pierna  del wing, lo que obligó  a que estuviera tres meses sin jugar.
Cuando hacía esos quilombos, lo borraban por un tiempo, pero siempre volvía. Los jefes lo bancaban porque su locura los divertía.
El Chino siempre me hablaba del perro, pero lo de aquella tarde fue demasiado.
-Mirálo, ¿no reconocés la manera de pararse? ¿Sabés cuando nació? El 14 de febrero de 2009...¡No me mirés así, boludo, ¿no te dice nada la fecha? 14 de febrero de 2009...¡el día que se nos fue el Hueso! ¡Tenés que ser medio pelotudo para olvidarte del Hueso!
El Hueso había sido el enganche más vistoso en toda la historia del club, había jugado allá por la década del cincuenta. El Chino no lo había visto jugar, pero conocía de memoria cada una de sus epopeyas, sus récords nunca igualados, las mañas para hacer echar rivales. Estaba obsesionado el Chino, pero nadie se animaba a decirle nada, ¡es que el tipo era tan feliz con esas cosas!
-¿Vos me estás diciendo que el rope es el Hueso?-me animé a preguntarle.
-¡La reencarnación, boludo! Mirá la manera de pararse, mirálo bien y decíme si no es el hueso. A mi me jode un poco tenerlo atado, justo a él, que zafaba de cualquier marca...¡¿Sabés lo que debe sufrir mirándolo desde afuera?! ¡Sabés si entra, como los deja parados a todos estos muertos! Vez pasada se puso tan loco que yo no lo podía manejar, no lodejaba patear el córner al punterito de ellos. Por ahí fue por el cagazo, que sé yo, pero la verdad es que el pibe lo pateó horrible. El Hueso sabía como poner nervioso a un rival y este tiene sus mismas mañas...¡¿Qupe te quedás mirando?! ¡Ya te dije que no me mirés así! Sos un pelotudo, ya te vas a dar cuenta  vos también que es el Hueso.
Los escándalos se volvieron cada vez más frecuentes y el Chino se convirtió en un personaje incómodo. Ante la consulta de sus jefes, el psquiatra de la Fuerza indicó cambiarle el perro, lo que le provocó un brote psicótico severo y una urgente internación en la clínica policial. El Chino falleció pocos días más tarde, lejos de su amado compañero.
Viví la historia desde adentro. Si nunca la conté hasta ahora, es porque hacerlo me había parecido una iniciativa inútil. Cambié de opinión ayer, en la cancha, sufriendo el clásico desde la tribuna, insultando al wing que venía de patear el córner tan cerca del alambrado. Del otro lado reconocí  al Hueso: un poco más viejo, el hocico canoso, pero con los brios de siempre; ladraba, temible, al pateador asustado.
A la par del Hueso, tensando la correa con la que un joven policía apenas podía retenerlo, había un perro más joven, de pelaje muy negro y temperamento exaltado, puro nervio. Sentí que ya lo conocía, que nos conocíamos desde siempre, es por eso que lo cuento. 
Les pido que se fijen, que se fijen bien, Díganme si no reconocen esa manera de pararse. 
Pablo Mourier. 
      

                             

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